Con el cuarto álbum de los neozelandeses The Beths se han decidido virar el timón y mirar algo más adentro de ellos mismos. Algo atrás dejan el power pop chispeante y directo que los catapultó como una de las bandas más conocidas de la escena indie neozelandesa para en su lugar mirar a un sonido algo más introspectivo, menos inmediato, donde la energía juvenil da paso a la madurez emocional que supongo dan los años. Esto pasa no sólo en las letras y en la temática del álbum sino también en los instrumentos usados y en la autoproducción en manos de su guitarrista, Jonathan Pearce. Por el lado lírico es Elizabeth Stokes, voz y compositora de las letras del grupo, se sumerge en reflexiones sobre la no linealidad de la vida como tema central, con espacio para hablar de las dificultades emocionales generacionales y sobre la fragilidad de la vida. Digamos que un disco que parece más bien sacado de las páginas de un diario que una colección de hits inmediatos.
El álbum abre con el tema de igual título, que aún conserva trazas del estilo clásico de la banda: armonías vocales brillantes y guitarras poderosas en la línea de su sonido más estándar con «I’m Not Getting Excited». Pero pronto el tono cambia rápido con «Mosquitoes» y «Metal», que introducen una atmósfera más sombría, más folk, con referencias a la propia lucha de Elizabeth contra la depresión y una enfermedad congénita con la que convive. En «Mother, Pray For Me» o «Stokes» aparecen temas familiares, donde entra en escena su distante relación con su religiosa madre, aunque la propia cantante no sea creyente. Aun así, evidentemente hay espacio para destellos luminosos y pegadizos del pasado, como sucede con “Roundabout» que brilla con un riff acústico redondo que recuerda a colegas como Ratboys o Soccer Mommy , así como una muy pegadiza «Best Laid Plans» que incluso incluye congas y guitarras más fuera de la zona de confort. Además, otros temas como «No Joy» sorprenden con una línea de batería bastante garagera con un buen manto de guitarras en la línea de sus trabajos previos, fundido con cierto aire new wave. También la armonía vocal de «Take» parece que nos quiere llevar fuera de su zona de confort, aunque siempre respaldados por un buen armamento de guitarras.
Dudo mucho que «Straight Line Was a Lie» sea el mejor disco de The Beths, pero cualquiera que haya seguido mínimamente su trayectoria verá en este trabajo un paso adelante en su carrera, con una madurez y valentía digna de aplaudir. Podemos echar de menos esa frescura contagiosa de «Future Me Hates Me» o «Expert in a Dying Field», pero por otro lado vemos una banda que se ha atrevido a trabajar mucho las canciones en estudio y a darles las vueltas que hiciera falta (curiosamente utilizaron un método en el que guardaban las canciones durante cierto tiempo y luego las retomaban para verlos desde otro ángulo). The Beths han decidido mirar hacia dentro de sí mismos y dar con un disco tan humano y crudo como divertido. Ya es más que suficiente.