No había razón para pensar que Bauhaus fueran a editar un mero disco-trámite para su regreso; una colección de canciones desganadas que fueran a suponer una mancha en su brillante expediente que abarcaba hasta el momento unos efímeros cinco años desde finales de los setenta a principios de los ochenta. No la había porque, aunque hayan pasado la friolera de 25 años, tanto Peter Murphy con su carrera en solitario, como Daniel Ash, Kevin Haskins y David J con los siempre reivindicables Love & Rockets, habían conseguido grabar un buen montón de buenos álbumes, excelentes algunos de ellos, durante estas dos décadas (por citar uno de los más recientes, el muy místico “Dust” de Murphy).
La verdad es que era cuestión de tiempo que olvidaran rencillas del pasado y se volviera a poner en marcha, teniendo en cuenta el revival de la música de los ochenta que lleva azotándonos desde comienzos de siglo y los buenos resultados de las giras de reunión del grupo, en 1998 primero y de 2005 a 2007 después, que dejaron claro que el mundo no había olvidado a Bauhaus. Pero también puede tomarse el regreso discográfico de estos eternos siniestros como un ejercicio de autoreivindicación, ya que si bien ahora todo el mundo parece tener como ídolos a Joy Division, Talking Heads o Gang Of Four, bastantes menos parecen fijarse en el mundo retorcido y quizá más incómodo de los creadores de “Bela Lugosi’s Dead”.
Volviendo a la cuestión planteada al principio, “Go Away White” es un buen disco, bastante satisfactorio viniendo de un siempre temible ‘disco de retorno’. Grabado en dieciocho días, con todo el grupo tocando a la vez y dando primeras tomas como buenas, parece como si la banda hubiera querido aprovechar la inercia de tantos meses de gira. Esto se nota en parte en el sonido del álbum, bastante rockero en un principio para lo que nos venían ofreciendo tanto Murphy como Love & Rockets en sus últimos discos.
Una vez traspasado el ecuador, nos encontramos con la parte más calmada y misteriosa del conjunto (exceptuando “Black Stone Heart», más afín a los temas recién escuchados), y también la más difícil. Temas largos y menos evidentes que los anteriores; de melodías abstractas y casi etéreas (“Saved”); repetitivas líneas de bajo y guitarra que inducen al trance (“Mirror Remains”); y que finalmente conducen a una suerte de oscura explosión (“The Dog’s a Vapour”), para acabar finalmente de lleno en el onírico misterio (“Zikir”); producen una sensación parecida, pero más madura, a la lúgubre extrañeza de sus discos de antaño, aquellos maravillosos “In the Flat Field”, “Mask”, “The Sky’s Gone Out” y “Burning From the Inside”.
Pero es una pena que lo que podría haber sido el comienzo de una nueva fase para Bauhaus como banda haya llegado prematuramente a su final, por motivos que sus, de nuevo, ex –miembros no han querido acabar; terminando así con la posibilidad de llegar a unas nuevas generaciones que no habían conocido sus densas y macabras estructuras por falta de relevo generacional. Aún así, el regreso de la oscuridad, si bien breve, ha supuesto el que quizá haya sido el mejor regreso de principios de año.