Hay una cierta tendencia en la escena indie actual, sobre todo en la americana, de coger elementos de muy diversa procedencia, agitarlos en una coctelera posmoderna y lanzarlos a la cara de una crítica enfervorecida. Es el caso de grupos que han saltado al estrellado underground como Liars, Of Montreal, el propio Panda Bear en solitario o los protagonistas de esta reseña, Animal Collective.
Electrónica, música étnica, folk, pop, experimentación… todo ello tiene cabida en la música de estos super prolíficos tipos, que ya han publicado siete álbumes desde el año 2000, además de eps, splits… y a lo que hay que sumar todos los lanzamientos de cada uno de ellos por separado. Toda esta cantidad de material podría hacer dudar de la calidad de sus discos más recientes debido al desgaste que supone tal ritmo de trabajo, pero viendo los resultados de este séptimo álbum no podemos sino asombrarnos ante los resultados obtenidos.
Y esto es así porque, sorprendentemente, si hubiera que clasificar a Animal Collective en algún género, lo menos descabellado sería decir que son un grupo de pop, muy peculiar sí, pero pop al fin y al cabo, ya que la impresión que nos queda al final son la de unas cuantas melodías tarareables y canciones impecables. Y esto es lo importante para poder valorar a un grupo, no el cómo hagan las canciones ni lo freaks que sean moldeándolas. Aunque de lo último estos neoyorquinos entiendan un rato…