El sonido de Am Mut no es fácil. Cuando alguien graba un disco de 50 minutos en tres pistas de una media de 17 minutos cada una, no busca poner las cosas fáciles a nadie, tampoco a quién pretenda diseccionarlo. Toda una declaración de principios para esta banda barcelonesa que nada a contracorriente en esto del rock progresivo. Porque sí, cierto es que el género ha vivido un resurgimiento gracias a las andanzas de gente como Mars Volta o a los tentáculos del post-rock. Incluso en la escena underground, bandas como Jardín de la Croix o Cuzo han desarrollado propuestas de este carácter con éxito en sus reducidos circuitos. Pero Am Mut lo ponen aún más dificil.
El primer corte «Stheno» comienza con un tono de melancolía ácida, con un sonido elegante y depresivo que incluso recuerda a los primeros Portishead sin tener nada que ver con el trip-hop. Tras hacerse el silencio, el tema vuelve a reconstruirse sobre un ambiente oscuro que levanta con elaborados efectos de guitarra y hasta toques de surf aplicados al entorno progresivo y guitarras chirriando desbocadas. Como era de esperar la distorsión eléctrica llega, un patrón que no podemos negar es cliché del post-rock, pero usado aquí con inteligencia. Primero porque el camino hasta ella es extenso e intrincado y segundo, porque el verdadero clímax de la canción llega después del ruido, con una melódica guitarra solista en dulce serpenteo.
«Euryales» comienza nebuloso y apesadumbrado y poco a poco la guitarra da paso al piano que finalmente levanta el ánimo y se agiliza el tempo. Piano y guitarra se maridan sincopados por maquinales ráfagas de percusión. La calma regresa y arrastrados sintetizadores protagonican momentos más post-rockeros; bajos cálidos, melancolía con punto optimista y melodías de guitarra ensoñadoras, que finalmente con la rotundidad de la batería se arman de cierta agresividad y se abandonan a memorables riffs finales.
«Medusa» ya comienza crispada desde un primer momento y en ella por fin hace presencia la locura que ha acompañado al género progresivo desde su invención. Guitarras disonantes, despliegue técnico al servicio de la estimulación sensorial y jazzismos psicodélicos complicados de explicar, que se alían con los momentos más rockeros y graves del disco. Bases de acústica sobre las que crecen riffs enormes, giros dramáticos que se volatilizan de forma repentina, pasajes de ambientación irreal que suscitan viajes cósmico-narcóticos que finalmente recuerdan a The Mars Volta… en fin, casi 20 minutos dan para mucho. Y pese a que la amabilidad de lo convencional regresa por momentos, cuando esta parece alcanzar un punto álgido al que aferrarnos, el lienzo se rasga de pronto y la paranoia se apodera de todo, la habitación da vueltas y la batería nos sacude como en una pesadilla musical ideada por Mike Patton. Pero esto dura poco, ya que la banda nos reserva aún un recital de piano que pondrá la clausura más elegante que el disco podía tener.
Es «Gorgonae» un ejercicio de sutilidad, con mucha contención, un esfuerzo que por su propia concepción no puede disfrutar de mucha popularidad. El lado bueno de esto es un disco del que disfrutar más tiempo descubriendo matices y arreglos escondidos a simple vista en cada escucha. El lado malo, que no es nada memorable en el sentido cortoplacista del término. Y es que con la moda del post-rock nos hemos acostumbrado a que el género instrumental esté plagado de riffs melódicos y repetitivos de dimensión épica que se nos graben a fuego. «Gorgonae» en su mayor parte, no va de eso, sino de hacer un rock progresivo al que a veces hasta le sobra la palabra rock, de navegar entre diferentes sonidos susceptibles de no llevar voz acompañante y por supuesto, no acabar arrojado por la borda.