Cuando te das cuenta de que hacen 20 años desde que ha salido el disco con el que empezó todo para ti, la ola de nostalgia es implacable, incluso para alguien que no se resigna a que la música sea cosa de adolescentes y continúa escuchando discos y asistiendo a conciertos incluso con mayor asiduidad.
Nirvana es un grupo cuyo culto trae consigo muchos escépticos, ya sea seguidores de bandas contemporáneas con menor éxito o que simplemente no les parecen para tanto. Yo siempre digo que no se trata de que «Nevermind» sea un disco especialmente brillante en relación a muchos otros de su tiempo. Ni siquiera se trata de que aquel trío fuera una asociación de asombroso talento. Se trata de dar con la fórmula en la que cristaliza todo lo que de no ser por ellos habría quedado en el underground.
Y el underground es bueno mientras uno lo conoce, qué duda cabe. ¿Pero cuanto nos habría llegado del underground estadounidense de no haberse convertido Nirvana y el grunge en un fenómeno de masas? Dado que aún hoy es el día que descubro oscuros y talentosos grupos de los 80 y los 90, sospecho que una parte ridícula. Por eso hay que valorar a «Nevermind» como catalizador del futuro (el conglomerado conocido como rock alternativo nos dio unas cuantas buenas bandas) y a Kurt Cobain le debemos el reivindicar artistas como Wipers, The Vaselines, Melvins o Daniel Johnston, entre muchas otras. Lo que acerca a cualquier melómano a Nirvana es esa capacidad mostrada por Cobain por absorber influencias o difundirlas por todos los medios. Esa sed musical incesante, es ruptura del sectarismo y las tribus urbanas que hasta entonces había dominado mucho el panorama musical, era clave para una revolución sonora.
Sólo teniendo en cuenta estas consideraciones se puede apreciar el fenómeno Nirvana y el de «Nevermind» como la revolución que fue en toda su extensión. Esa revolución que llegó inicialmente a mi en forma de cassette de hermano mayor, para colmo con «Lounge Act» mutilada al final de la cara A. Tiempo tardé en descifrar unas letras que aún hoy día son en parte enigmas enterrados para siempre con el cadáver de Cobain.
Y «Nevermind» no es, aún con toda esa sucesión de grandes temas, mi disco favorito de Nirvana. Pero fue el comienzo de todo (la apertura a grupos que se convertirían en mis favoritos, como Sonic Youth, Mudhoney, Pixies… incluso R.E.M., curiosamente) y eso incluye, por supuesto, la web en la que deposito estas líneas.
En el fondo, Nirvana lo cambió todo y no cambió nada. El hecho más sorprendente que todo el mundo destaca de aquel entonces era «Smells Like Teen Spirit» a todas horas en las radios y televisiones comerciales. 20 años después, estamos para ser testigos de lo poco que estos medios han sido después permeables a sonidos, en definitiva, dañinos para su filosofía. Kurt Cobain no llegó a conocer Internet, pero seguro que estaría fascinado por el panorama actual, en el que no hay que salir del underground para poder dar la vuelta al mundo, en el que las estrellas del rock lo son cada vez menos y proliferan festivales repletos de nombres ignotos en la mediocridad cultural predominante. En el nuevo underground ya no hay localismos, ya no hay Seattle, ya no hay Manchester, ya no hay Barcelona, pero la llama que Nirvana encendió sigue siendo referencial.