Llega el verano y al igual que la gente normal espera el buen tiempo, la temporada de playa, las escapadas de la ciudad y el afán por encontrar (a menudo inútilmente) un lugar para relajarse, el aficionado musical, rarito como es él, busca otra cosa: hacerse un planning en el que le encajen el mayor número de festivales al mejor precio.
¿Pero que son los festivales? A día de hoy podemos decir que la característica más común a lo que se nos vende como festivales es la presencia de un patrocinador. Al principio eran básicamente cierta marca de refrescos y de cerveza pero poco a poco hasta el mundo del whiskey se anima con festivales de pop. Por supuesto este patrocinio no impide encontrar katxis, minis o litros rondando los 8 euros. Y es que al margen del debate de si la entrada de tal o cual festival está muy cara, hay que pensar los gastos en la comida (supongo que el nombre lo recibe porque se ingiere) y bebida exclusivos del recinto. Interesante hecho el que, siendo estos espacios cedidos por entes públicos, nos obliguen a mantener esta particular dieta esponsorizada.
«Estoy mayor para festivales»
Pero no todo el aficionado espera con ansias la época festivalera. Un sector de melómanos de edad o alma puretilla, de hecho comienzan a ver en los festivales al demonio, siendo por un lado la antítesis de la música indie o alternativa (palabras con las que empezaron en los 90 pero de las que ya suelen prescindir) y por el otro, llanamente, un puto agobio. Los entendidos en música y fervientes asistentes a conciertos que aún son partidarios de los festivales, argumentan que es una buena forma de ver juntos a muchos grupos que de otra forma no se podrían ver. Esto no dejaba de ser cierto cuando había uno, dos, cinco festivales. Ahora es que resulta casi imposible ver en verano a un grupo de cierto renombre en una sala, dado que cualquier gira veraniega por España es engullida por la maquinaria festivalera que no deja fin de semana libre (y esto se extiende desde jueves a domingo). Lo que no puede olvidarse es que un concierto en sala, tiene el 99% de probabilidades de ser mejor, hablemos del género del que hablemos, siempre que incluya guitarras.
Claro que no todos los festivales son iguales. El término «festival» vende. A los conciertos sólo van los frikis que no se conforman con bajarse un disco del soulseek (ya de por sí raro, si en el emule están todos los discos buenos, hombre). Pero a un festival… a un festival va la gente cool (que es como guay, pero más cool) que no se pierden una. Además, se liga un montón o eso se cuenta, que das envidia igual. Así que no te sientas acomplejado si no conoces a los artistas de relleno del FIB. De hecho si los conoces, seguramente no sea ese tu lugar, rodeado de gente que sólo va a ver a los Arctic Monkeys, que han salido en el suplemento cultural de El País.
Un festival puede tener como 100 grupos (Primavera Sound) o tener 6 repartidos en dos días (Festimad post-Cantueña). Obviamente esa no es la característica fundamental. Como la picaresca (véase tema comida y bebida) está a la orden del día, para lo demás no va a ser menos. Un concierto de una banda y dos teloneros a partir de ahora será un festival. Y si vemos que no nos lo creemos ni nosotros, meteremos un par de grupos de la zona. Si hacemos un concurso de maquetas o unas votaciones vía web mucho mejor… tendremos un montón de bandas spameando a todos sus conocidos con el nombre de un festival en el que al final si tocan no les van a ver ni esos conocidos que estarán comiendo o resguardándose del sol, que en los festivales está muy bien, pero por la noche.
El estilo
No importa. Al principio si, claro, pero con el nuevo siglo ya todo da igual a la hora de meter a un puñado de gente en un descampado. Aquí lo que importa es ir a fichar como locos y si otro festival te roba el cabeza de cartel ideal para tu festival, pues a buscar otro. De los 90, de los 80, más comercial, más indie, más rock, más electrónico… el caso es que sea reclamo para alguien. Si te fuerzan a cambiar de estilo siempre puedes venderte como festival ecléctico y si este año te han tocado las sobras puedes decir que apuestas por talentos más emergentes o que has hecho el festival que a ti te gustaría, sin pensar en el público. Y si la línea del festival tiene que cambiar radicalmente en un momento dado, pues lo hace y punto. Y ojo que los festivales batiburrillo cada vez se llevan más.
Por lo demás, es un reparto equitativo y autoregulado, en función de la pasta de cada cual. Especialmente es así para los grupos británicos, que como están a tiro de piedra les da lo mismo venirse en junio que en septiembre, sobre todo para encontrarse a media Gran Bretaña en un festival español. Los norteamericanos igual lo miran más, por eso de no cruzar el charco sólo para tocar en un sitio, aunque tal y como están los cachés dudo que no les saliera rentable.
Hay muchos más temas interesantísimos de estas concentraciones como las zonas de acampada, la higiene o ausencia de ella, las pulseritas de colores, el dinero de monopoly, las colas para todo, alicientes que nunca se pueden obviar. Pero resumiendo, los festivales multitudinarios de música resultan ideales para la gente que no le gusta la música. De hecho sólo así se entiende el triunfo de un evento de música alternativa ¿no? Bueno, por eso y porque son los únicos conciertos donde las mejores drogas no están sólo en manos de los artistas. Viva la democracia. Hasta el culo de festivales… ¿o hasta el culo en los festivales?.