La que cayó aquella tarde para recibir con lo más nuestro, la lluvia cantábrica, a los algecireños Viaje a 800. En mitad del chaparrón nos fuimos posicionando para la consabida espera de los conciertos que nunca empiezan a la hora indicada. He de decir que ante la casi total ausencia de carteles anunciando el bolo y la poca «documentación» acerca de él incluso en Internet, temí una asistencia catastrófica, lo que podía ser un duro golpe para una banda que se haga tal kilometraje.
Por suerte parece que a día de hoy Viaje a 800 tienen una base de fans fiel, lo que no es para menos, sobre todo dado que tampoco les es fácil prodigarse mucho por aquí, pese a que algunos pudiéramos disfrutarles entre otras ocasiones en el Azkena 2008 por partida doble (y no nos quedaba duda alguna sobre si debíamos repetir).
Abrieron fuego Jane Doe, un grupo que podríamos encuadrar en el rock alternativo noventero con tendencias al punk-rock. Nos acordamos al escucharles, de los primeros y más simples Nothink del primer disco. Casi mejor cuantas menos complicaciones se buscaban, especialmente a nivel vocal, ya que si intentas imitar a las voces del grunge tienes muchas papeletas para sonar forzado y eso ocurrió en cierta medida. De igual forma, la recreación de este tipo de medios tiempos en castellano (aunque esporádica, en el caso de Jane Doe) chirría.
Por fin, llegó el momento de ver a Viaje a 800, que se había hecho 800 y unos cuantos más kilómetros para llegar y el periplo arrancó con la melancólica instrumental «Luto», que desembocó en el comienzo de la catarsis stoner-psicodélico-progresiva con el sugerente riff de «El Amor es un perro del infierno» y seguidamente quemaron uno de sus más grandes himnos, «Los Ángeles que hay en mi piel» gracias a su oscura lírica y los golpes de voz que rompen su monolítica monotonía. La cosa seguía con «Patio Custodio» por los psicodélicos callejones de su «Estampida de Trombones», uno de los mejores discos que nos ha dado esta mezcla de géneros en los últimos años, dentro y fuera de España.
Por fin se decidieron a retomar su primer disco con más narcotismo instrumental ofrecido por «Higomon» y cabe decir en este punto que como siempre, es un placer ver a estos tres monstruos clavar un sonido que ya quisieran facturar muchas bandas de 4 o 5 miembros. Esto incluye a su nuevo batería, que no soy capaz de pronunciarme sobre si supera al anterior, pero desde luego que cumple su papel con creces lo que en un grupo de estas características es un logro inmenso.
También aprovecharon para tocarse un par de temas nuevos que no parecen bajar el listón aunque si bajaron un poco la intensidad del concierto al no ser lógicamente conocidos. Esperamos tenerlos pronto aprendidos y que la próxima sepamos sin que nos lo digan en que momento hemos de dar palmas. En una de estas bajo y guitarra abandonaron el escenario para pedirse unos tragos aunque no era sino la excusa para que el batería hiciera su mejor presentación, un prolongado solo tras el cual, al regreso de los otros miembros, no se le dio tregua, sino todo lo contrario, retomaron el tema.
Con el entrecortado riff de comienzo de «Dios Astrónomo» volvimos al disco de las medusas y nos metimos de nuevo en una fase hipnótica de esas que tan bien saben crear y recrear y nos dejaron flotando en el espacio humeante con una no menos carismática «Roto Blues». Prácticamente nada que objetar a un concierto repleto, a su modo, de hits ni a una banda realmente grande y con una personalidad arrolladora, que volvió a demostrar sus tablas. Esperaremos con ganas a que nos sirvan su «Cognac Oxigenado» y a su regreso por el norte.