Oportunidad única de ver a Portishead en sala y en la capital. Vale que el reputado trío de Bristol lleva años girando (de forma no muy extensiva) con el mismo setlist desde la salida de un regreso tan triunfal como «Third» con nada que envidiar al momento en que coasentaron en «Dummy» las bases del trip-hop. Pero festivales masivos, festivales «ad hoc» y más festivales, habían impedido verles en un concierto al uso, pese a lo dicho de que la variación es casi nula en cuanto a lo que tocan. En el Palacio de Deportes de Madrid tampoco se explayaron y en una hora y veinte despacharon 15 temas en un reparto en que su segundo disco se llevó, con razón, la peor parte.
Primero tendríamos a sus apadrinados Thought Forms abriendo. Es otro trío con una propuesta ruidosa y orgánica que promete, pero hoy por hoy juegan con demasiados elementos (shoegaze, drone, postmetal…) y claro, suenan tan interesantes como dispersos. Pero el pistoletazo de verdad vendría con «Silence» y las dudas en el público empezaban a aflorar ante la intrincada propuesta de los británicos. ¿Bailamos la tormenta rítmica o nos quedamos embobados en el sitio viendo a Beth Gibbons dar las primeras notas de oscuridad y las peripecias de ese batería-dj que es Geoff Barrow? El famoso truncado final del tema nos llevó a la primera ovación de la noche. Había ganas, el público estaba entregado y el sonido parecía ideal.
La cosa se enrarecería para bien con «Nylon Smile», que hubiera sido el mejor momento del comienzo de no recurrir a continuación al primer clásico universal: la ululante «Mysterons» y su perfecto equilibrio entre elegancia y ritmos rotos hip-hop. Con «The Rip», la gran pantalla trasera tomaría más peso para proyectar esa alienación animada que tan bien cuadra con la voz de Gibbons narrándonos el apocalipsis. Para mí, el concierto fue un balance continuo entre historia de la música que hay que escuchar alguna vez en directo y pasado más reciente que a estas alturas me resulta mucho más estimulante. Por eso no puedo estar nada de acuerdo con quien se queje de excesivo peso de «Third» en la balanza. Jamás pudiera haber habido tal cosa, a menos que interpretaran el disco dos veces.
Pero por supuesto ni «Sour Times», ni «Glory Box» defraudaron y todo el palacio las coreó. Dos de los hits mayúsculos de los 90 que mejor han envejecido, sin duda. Y qué decir de esa «Wandering Star», de las pocas licencias que se dan para salir de lo milimétrico con una interpretación más desnuda e íntima, quedándose sólo ellos tres en el escenario (hasta 7 fueron cuando sacaron toda la artillería). En este ecuador del concierto se alcanzaron los momentos más álgidos, que empezaron con el saxo retorcido de «Magic Doors» y explotaron al tiempo que el sintetizador de «Machine Gun» denunció en imágenes los males de occidente (capitalismo, intervenciones militares, políticos sin escrúpulos…) para culminar con ese sol emergente.
«Over» y «Cowboys» serían los momentos a rescatar de su segundo álbum, siendo la última con sus punzantes aires soul uno de los momentos más esquivos de la noche para parte del público. Más aún al suceder a la muy kraut «Chase the Tear», único tema que ha visto la luz en todos estos años sin disco. Sintética y bailable, al verla en directo sigo pensando que es bastante floja especialmente al compararla con los retazos de esos sonidos que sí consiguieron ensamblar bien en «Third». Y es que no sé quien puede ser capaz de hacerles feos a ese disco tras la sobrecogedora despedida de «Threads». Sacudidas emocionales, ruidos psicodélicos y un final de intensidad devastadora con Beth desgañitándose. Y que se le conserve esa garganta por muchos años ya que verla a continuación volver en bises a la delicadeza de «Roads», no tiene precio.
Así es Portishead, una banda que se lo toma con calma, una que mezcla como nadie sensibilidad e impacto. Una que cuenta con la estremecedora voz de Gibbons, las cadencias de Utley y el instinto para sorprender con ritmos de latón y scratches de cemento armado de Barrow. No podemos enfadarnos con ellos por tocar siempre lo mismo porque sencillamente, lo bordan. De hecho, si algo hizo de esta una velada imperfecta fue la escasa educación de esos que va a escuchar 3 canciones y a hablar durante el resto o los amigos de llenar Youtube con vídeos basura. Otro público es posible, aunque tampoco vamos a generalizar, fueron minoría y ellos quedaron muy contentos con el recibimiento, como demuestra la bajada del escenario de Beth Gibbons a saludar a las primeras filas mientras la banda al completo ruideaba en «We Carry On». Tan distópicos que son los últimos Portishead, no cuesta imaginar un Gran Hermano protagonizado por la cabeza de Beth Gibbons al micrófono proyectada en blanco y negro en las pantallas.