/Crónicas///

Pony Bravo – Bilbao (01/11/2013)

8.0
Kafe Antzokia, Medio lleno
Precio: 12/15€

Si las anteriores ocasiones en que había asistido a un concierto de Pony Bravo constituían la primera vez y el estreno de canciones inéditas respectivamente, es normal que en esta ocasión los sevillanos carecieran para mi del efecto sorpresa. Si acaso la novedad era verles en el Kafe Antzokia, algo que tampoco jugó un gran papel entre que tampoco se llenó y el sonido quizá no fue tan nítido como en otras ocasiones.

Antes, durante la actuación de Pajaro1 Pajaro2 nos temíamos que la sala quedase muy desangelada. El dúo de Gasteiz, que desde que tenemos noticias de ellos no parece parar de tocar, practica un rock psicodélico en formato batería y guitarra/teclados. Un formato bastante de moda y que se ha demostrado efectivo, aunque en este caso resulta engañoso. La pareja no busca el sonido básico y efectivo de ese formato, más bien al contrario, hizo a menudo uso de programaciones tanto de bajo como de guitarra, lo cual desluce un tanto su propuesta. Si quieren abarcar tanto, quizá deberían buscarse un Pajaro3.

Por suerte, para cuando Pony Bravo salieron a escena ya la sala presentaba un lleno más digno, algo cercano al medio aforo y eso que sus primeros temas pasaron desapercibidos a parte del público que aprovechaba los momentos de rigor para fumar y charlar fuera. El cuarteto venía presentando «De Palmas y Cacería» por segunda vez en Bilbao y por tanto no esperábamos un setlist demasiado diferente al de su anterior visita, pero aún así fue una pena que no lo fuera un poco más.

La cosa se enfocó mucho al citado nuevo disco, incluso con alguno de sus temas más flojos como ese anacrónico semblante a Dick «Cheney» o la relajada «Guajira de Hawaii». En cambio, nos quedamos de nuevo sin la descacharrante «Ibitza», lo único que no sonó de ese reciente repertorio. Nos conformamos pues con las estupendas «Turista ven a Sevilla» y sus referencias a la «polizei», «Eurovegas» de nuevo precedida del «Whip It» de Devo cuyo sonido tan bien casa, o la siempre festiva y bien recibida «El Político Neoliberal».

Y esta es parte de la cuestión. Los Pony pueden permitirse el lujo de pasar de todo su primer disco (a excepción de la infalible «El Rayo» que conservan) e ir desplazando algunas joyas de su segundo porque son capaces de crear un clima mágico con prácticamente cualquiera de sus canciones. No sabemos si será el kraut, será el rock andaluz o será todo junto, pero la cálida atmósfera de sus grooves de bajo, sus arreglos del sur, sus coloristas teclados y sus ritmos dúctiles no la encontramos en ninguno de los muchos conciertos de rock a los que asistimos. Y eso es algo tremendamente valioso.

Lo que es más, todo ese crisol de influencias consiguen ensamblarlo en un carácter definitorio, quizá con la voz de Daniel Alonso como más creíble hilo conductor. Y ya no vamos a redundar en la versatilidad de los músicos de la banda. Pony Bravo no suenan a grupo experimental, ni a producto para modernos, suenan con una autenticidad y convicción pasmosa. Y esto es así incluso cuando tocan esos himnos que ya parecen trascenderles a ellos mismos, como «La Rave de Dios» con la que eligieron cerrar antes de los bises. Aquí contaron con la colaboración no oficial pero bastante graciosa de un espontáneo que se dedicó a animar las partes instrumentales chillando cual silbato humano desde las escaleras del escenario y dirigiéndose hacia el público. ¡Y su volumen rivalizaba con el sonido de toda la banda! Creedme que me estoy riendo ahora mismo al recordarlo.

Al regresar, la que para mi es una de sus más arrebatadoras canciones, «El Campo Fui Yo» les sonó algo atropellada, pero no pasa nada porque dejaron para el final dos valores seguros de la obra que venían presentando. Entre risas, aleccionaron al público menos versado en etiquetas absurdas de que a continuación iban a tocar una de estilo «post-lolailo» que no es otra cosa que la divertida y bastarda «Zambra de Guantánamo», canción que algún día deberían tocar junto al mismísimo Omar Souleyman. Y para el final, pues Pablo Peña con su ya clásico y carismático retrato del periodista que «más controla» la escena musical y nocturna.

Todo lo que fue y lo que podría haber sido, son motivos suficientes para que Pony Bravo sea uno de los primeros nombres que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en bandas españolas con personalidad propia.

 

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1 de noviembre de 2013