A pesar de la considerable popularidad de Nocturama en Sevilla es inevitable que, siendo Agosto, haya fechas flojas. El festivo de mediados de mes suele propiciar una de ellas; quedando la ciudad desierta al unirse a los que están de vacaciones los que improvisan un puente para huir de la calor. Una pena, porque en ese Jueves desolado tuvo lugar una de las mejores noches del ciclo de los últimos años.
Pablo Und Destruktion volvía a Sevilla menos de un año después de su anterior visita con motivo del Festival de Cine. Acompañado de banda completa de cinco músicos, el lacónico crooner ofreció un concierto oscuro, tenso; en el que infundió un envoltorio bastante rockero a las canciones del reciente «Vigorexia emocional». No se olvidó de su idiosincrático gusto regional y a lo largo de la actuación sonaron un par de tonadas en asturiano, gaitas, violín y algún guiño rítmico popular que se unieron a las guitarras y programaciones.
Así, a pesar de molestos problemas técnicos que impidieron al guitarrista con arco tocar durante un rato y que afectaron puntualmente al micro de Pablo, disfrutamos de temas de su anterior trabajo, «Sangrín», como «Por cada rayo que cae» o su pequeño ‘hit’ «Limonov, desde Asturias al infierno»; además de, como no, «Leona», «Mis animales» o la extraña rave montada en torno a «Busero español», con el frontman ya en el foso entre el público y sin camisa. Hasta dos veces tuvieron que salir por ovación popular.
Poco después, Crudo Pimento subieron al pequeño escenario ‘after-show’ y comenzó una de las actuaciones más extremas y desconcertantes del ciclo en los diez años que lleva de historia. Los murcianos metieron en la batidora blues, Burzum (presentes en la camiseta de Raúl), Captain Beefheart, el grindcore, Ornette Coleman y ritmos tradicionales mexicanos para crear un cóctel que parecía continuamente a punto de explotar por colisión pero que acabó funcionando a las mil maravillas.
Raúl demostró que es todo un hombre orquesta atacando guitarra y batería a la vez; intercambiando el primer instrumento con una especie de caña con una sola cuerda al que gracias a la distorsión conseguía sacarle auténticos riffs, a la vez que aullaba y se dirigía y aleccionaba continuamente al público. Inma, por su parte, complementaba el ritmo de su compañero con toques (y golpes) a la guitarra y algo de percusión. No fue un concierto para todos los gustos, pero los que nos quedamos disfrutamos de una experiencia la mar de genuina. Que vuelvan.