Segunda noche de la temporada que asistíamos al ciclo 2+1 organizado por CICUS, que bajo el gran reclamo de la gratuidad han ofrecido en esta edición un puñado de propuestas que en buena parte comparten el denominador común de la experimentación y exploración dentro del rock. Insistimos que hay que agradecer esta decisión, ya que así se da la opción a muchos espectadores casuales de descubrir nuevos sonidos a los que quizá nunca hubiesen prestado atención de haber tenido que pagar por ello. Y, de paso, se sigue potenciando que, cada año, vaya aumentando la demanda y el número de conciertos en la capital hispalense siga creciendo y se aleje cada vez más del páramo de tiempos pasados.
Pero a lo que íbamos, Juice & Jordan Juice fueron los primeros en tocar de la noche. El dúo habitualmente denominado Chupaconcha había decidido cambiarse temporalmente de nombre quizá debido a que dos días después también tocaban en Museo, para así jugar un poco al despiste y no perjudicar a la sala de pago. Sólo con batería y trompeta ¡eléctrica!, lo suyo es, al igual que muchos artistas de la actualidad, lo de grabarse y reproducirse en directo para así crear melodías que se solapan. Ellos ofrecían como novedad, claro, que no lo hacen con las cuerdas, sino con los vientos.
Tal recurso derivó en un puñado de temas altamente rítmicos e hipnóticos (Hypnofunk se llama su gira, de hecho), que calaron desde el comienzo de sus cuarenta y pocos minutos de actuación. Un público sentado y relajado pero atento escuchó cómo la pareja entrelazaba con gran precisión las pregrabaciones y el directo; con tal entusiasmo que en algunos momentos parecía que había más del doble de personas sobre el escenario. Agradable descubrimiento, vamos.
Un cuarto de hora más tarde, después de lograr enfocar sobre la pantalla tras el escenario unas proyecciones basadas en la abstracción de la curva y el color, los ingleses The Oscillation comenzaron a planear sobre el patio del CICUS. Altamente influenciados por el krautrock, la psicodelia y la electrónica de los setenta, nos volvieron a recordar lo vigentes que están estos sonidos hoy en día (aún estaba fresco el frenético concierto de Lüger de la semana anterior).
Sin ser especialmente originales, lograron crear una atmósfera envolvente; sin moverse apenas de sus lugares los cuatro miembros del grupo y apenas dirigirse al público. Y la verdad es que no hizo falta: la experiencia multimedia ayudaba a entrar, a la mínima que prestases atención, en una especie de estado de hipnosis que, a pesar de ciertos momentos algo monótonos o excesivamente repetitivos, nos dejó a la mayoría en trance. Para el final, nos regalaron toda una declaración de intenciones: una versión de “Rocket USA” de los cada vez más reivindicados Suicide.