Curiosa experiencia la vivida el pasado Miércoles en la habitualmente teatral sala Cero de Sevilla. Green UFOs nos traía, dentro de su generosa gira española, a un grupo británico de cierto culto de la pasada década: The Montgolfier Brothers; dúo casi inactivo desde hace más de un lustro, pero que ahora venía a repasar su, por ahora, canto de cisne ‘All My Bad Thoughts’ (2005).
En un principio, dado el carácter reposado, casi aletargado, de la música del dúo de Manchester, la elección de la sala se me antojaba adecuada; de tamaño entre medio y reducido pero con aforo aceptable, y con un diseño agradable que, dado el caso, podía invitar al recogimiendo. Lejos, pues, de los ambientes más pop o festivos de otros espacios de la ciudad.
Lo que no imaginaba es que la actuación, si bien no tuvo nada, o muy poco, de performance, sí que iba a tener mucho de contemplación audiovisual. De hecho, ya entrando nos recibió una imagen congelada de los créditos de una de mis películas favoritas: ‘La noche del cazador’, obra maestra y única de Charles Laughton como director datada en 1955, que ilusamente creí que estaban usando para calibrar el proyector que usarían durante el concierto para acompañar con imágenes o vídeoclips.
Todo lo contrario. Roger Quigley, aparecido tras unos minutos de bonita música instrumental a cargo del pianista Mark Tranmer y el guitarrista de la gira, nos avisó que la película iba a proyectarse sin voz durante todo el concierto, para, en sus palabras ‘que la miráramos si nos aburríamos viendo tocar a un par de viejos’. Y dicho y hecho, acompañando ya a la primera canción “The First Rumour of Spring”, se nos mostraron los truculentos asesinatos del predicador interpretado por Robert Mitchum.
Realmente, no entiendo qué pretendían con tal decisión, si complementar su propio hecho artístico con otra obra representada en un medio diferente, crear una especie de instalación multidisciplinar, o simplemente evitar que el público, que en su mayoría sabía a lo que venía, se aburriese en algunos pasajes. En mi caso sucedió lo último: no pude evitar prestar atención al filme en varias de mis escenas favoritas, mientras la banda seguía tocando. Algo que el propio Quigley hizo en numerosas ocasiones, llegando a sentarse sobre el escenario de espaldas al público mientras sus compañeros continuaban con los parajes instrumentales de su música.
Aún así, o más bien por eso, el recital transcurrió apaciblemente. El preciosismo y la pericia de los músicos, unido a la irónica y puntual verborrea del cantante (auspiciada por sus frecuentes sorbos a la cerveza y, luego, al cubata) y a la magnificencia del cine nos permitió pasar una agradable velada; que a la hora escasa tocaba a su fin con, evidentemente, “It’s Over, It’s Ended, It’s Finished, It’s Done”. Remataron con un bis de dos canciones de sus discos anteriores, que apenas variaron el ritmo. Lo dicho, peculiar, sorprendente y, finalmente, estimulante.