Monkey Week 2016 se ha saldado en su primera edición sevillana con un aumento considerable de público, de 5.000 asistentes diarios a 8.000. El cumplimiento bastante escrupuloso de horarios, apenas alguna cancelación, buenos y grandes conciertos y, en general, buena sintonía por parte del público y buena parte del sector hostelero y de servicios han configurado una edición que puede considerarse de éxito. En contra, la sempiterna queja por parte de determinados sectores en cuanto al ruido en el espacio público (otro gallo cantaría si estuviéramos hablando de procesiones) y una política de acreditación cuanto menos cuestionable, que sin previo aviso nos denegó a varios medios el acceso a buena parte de los escenarios más apetecibles tan sólo días antes del comienzo del festival. Conseguí subsanarlo mediante triquiñuelas oficiales y extraoficiales, pero la verdad es que algo de información o aviso previos habrían sido de agradecer.
Jueves 13
La primera jornada sirvió como mera toma de contacto. Centrada en su mayor parte en el Espacio Santa Clara, complejo de exposiciones y conferencias situado en un antiguo convento que se perfiló como uno de los centros neurálgicos de todo el festival al contener hasta tres escenarios y la feria musical. El lugar, aunque de apariencia inmejorable y ambiente relajado, no llegó a funcionar en determinadas franjas, al estar restringido su acceso a acreditados y poseedores del abono de mayor clase; propiciándose así que hubiera escaso público en según qué showcases y cierta sensación de vacío en la zona de stands musicales, relativamente escondida e incapaz por tanto de mostrar su verdadero rendimiento.
Tras acreditarme, asistir a alguna mesa redonda y degustar las primeras cervezas, entré en materia en cuanto a lo puramente musical con los onubenses Coppermine inaugurando el imponente escenario Arnette bajo la Torre Don Fadrique. El country-rock del conjunto sonó potente y compacto en tan bello lugar, y su clímax llegó con su versión final del «Ace of Spades» de Motörhead.
Siguieron los murcianos Bosco con su particular propuesta de folk-rock, teatro y lírica que para mí no pasó de peculiar y los granadinos Noisebox, solventes pero sin separarse mucho del manual del shoegaze. Luego, salí ya a la Alameda y disfruté de una popular pinchada en el encantador escenario The Happy Place, sito en una pista de coches locos, antes de pasarme brevemente por la recepción de bienvenida en Casa Palacio Monasterio al no tener acceso al concierto inaugural de Niño de Elche + Los Voluble en el Teatro Central.
Finalicé la noche en una ‘batalla de bandas’ anunciada en la Sala X tan sólo unas horas antes, una de las varias actividades ‘off’ que contabna con el beneplácito del festival. Los encantadores Candy, desde México, nos refrescaron con su power-pop-punk y Quentin Gas & The Zíngaros defendieron su eficaz rock gitano.
Viernes 14
El segundo día ya empezó Monkey Week como Dios manda, con todos los escenarios, en torno a la veintena, funcionando a pleno rendimiento. A la hora del vermú llegué al Espacio Santa Clara y me topé con un escenario ‘secreto’ de showcases, en el que tocaban en ese momento Apartamentos Acapulco. Los granadinos hacen una suerte de post-punk de fuerte componente planetera, interesante pero que no terminaba de sonar bien en la difícil acústica de aquel bonito patio. Seguidamente dio comienzo la primera muestra de microshowcases en el mismo escenario, con King Cayman, Kings of the Beach, Aloha Bennets, Pavvla y un buen etcétera, actuando de media unos tres minutos para defender sus bondades. Una buena manera para descubrir bandas y decidir solapes posteriores.
Salí a la Alameda y me dirigí a The Happy Place, la pista que la noche anterior en formato discoteque ya se había confirmado como la revelación del festival. Allí actuaban los novísimos Terry vs Tori, efectiva banda de shoegaze local respaldada en el público por numerosos músicos amigos. Tras almorzar, entré por fin a la sala Fun Club para degustar el plato que ofrecían los mexicanos Yokozuna. Compuestos sólo por voz/guitarra y batería, su propuesta se acercaba aún así al hard rock o incluso al metal de bandas como Mastodon. Estilo que contrastaba con la actitud vital y exultante de sus dos simpáticos componentes.
Me pasé brevemente por el algo anodino concierto de los daneses Magnolia Shoals antes de entrar en el primer gran concierto de Monkey Week 2016. Las gallegas Bala literalmente echaban abajo La Caja Negra con el volumen al 11, quizá para paliar un poco la mala acústica del lugar o, lo más probable, porque así tocan habitualmente. Salí con los oídos pitando, pero mereció la pena con creces. En Ítaca estaban ya Yellow Big Machine, conjunto vasco de rock alucinado de sonido compacto, aunque lastrado, una vez más, por la acústica del lugar, que triunfó tanto en lo musical como por la actitud de sus integrantes: entre el hieratismo de unos y la locura de su batería.
En la sala Malandar se concentraban los sonidos duros de la jornada, y allí acudí para ver a Atavismo. El conjunto, en el que hay integrantes de los añorados Viaje a 800, ofreció un buen directo de psych rock de raíces que satisfizo a los buscadores de sonidos duros, sobre todo habiendo aún seguidores de El Páramo pululando por la zona. De camino a la gran prueba del día, me pasé de nuevo por la Alameda de Hércules y vi momentáneamente a las rockeras Agoraphobia triunfando ante el público generalista desde el Escenario Ron Contrabando. El gratuito, vamos.
Me costó lo mío acceder al concierto de Michael Rother. Siendo fan de Neu! y sabiendo que la jornada iba a quedar coja si al menos no intentaba verle, me encaminé al Teatro Central una hora antes de su concierto. Si mi acreditación no daba acceso a varios escenarios medianos, no digamos ya al teatro más exclusivo del festival, por lo que me tocó esperar fuera hasta último momento al comprobar la organización que sobraban localidades. Y vaya si sobraban: apenas medio aforo siendo generosos para un cabeza de cartel. El exclusivismo y la distancia con respecto al meollo del festival habían jugado en contra del espacio.
En cuanto al concierto, perfecto. Sin duda alguna, el mejor del festival. Sé que no es justo comparar la actuación de un señor con más de cuarenta años de reconocida trayectoria con los breves showcases de grupos nóveles sin apenas medios, pero hay que rendirse a la evidencia. Nitidez, melodía, ritmo y volumen se aunaron durante cerca de hora y cuarto en el que Rother y sus dos compañeros nos enseñaron de verdad QUÉ fue aquello del kraut rock: motorik a todo trapo ante el que era imposible no moverse, guitarras espaciales y efectos electrónicos que hicieron pasar el tiempo en un suspiro. Da igual que sonara «Hallogallo», «Seeland» o algún tema más desconocido por mí de Harmonia: la sensación de volar, o más bien planear, fue la misma en todo momento.
Comenzando la madrugada me planteé intentar acceder a la Sala X para ver a Cápsula y King Khan, pero la fatiga y el cansancio pudo conmigo y me retiré, que al día siguiente había que estar en planta temprano.