Como son las cosas. Pocos días tras ver a OM en el Primavera Sound más multitudinario de la historia, aterrizamos en Bilbao para encontrarnos que Lichens, o sea, ese tercer miembro de la banda que le daba a la pandereta y los efectos, ofrecía un concierto gratuito en la Alhóndiga. Concretamente en el escondido enclave de la entrada de la sala de exposiciones. Dudábamos mucho de una descripción que hablaba de folk innovador y no nos equivocábamos, Robert A.A. Lowe nos ofreció una experiencia psicodélica por el ruido y el trance.
Vimos al músico subirse a la tarima y prepararse los cachivaches (esa mesa llena de sintes y cables que era la misma que le vimos portando en OM, tapete setentero incluido) para comenzar el concierto arropado de unos visuales coloridos y cambiantes pero que siempre jugaban con la forma primordial de la psicodelia: el ojo. El viaje comenzó en clara clave drone, ruido que alcanzaba su gracia a través de la repetición y la alteración sensorial conjugada con las citadas imágenes. Lentamente, Lowe iba introduciendo variaciones, pulsando teclas y finalmente añadiendo voz dulce y profunda, hasta que todo fue tiñéndose de un aura más espiritual y sobrecogedor, sin dejar de lado el ruido que hizo a más de uno abandonar la sala mientras otros se intercambiaban miradas como decidiendo si se quedaban o no, si les gustaba o por el contrario la cosa rozaba la tomadura de pelo, sobre todo para quién no sabía qué esperarse.
Pero ahí seguimos, enganchado a ese clima extraño, en un día frío, en un recinto frío, viendo los ojos de colores reflejarse sobre los propios ojos de Lowe, dándole un aspecto amenazador pese a que era todo calma en el escenario, sentado en su silla tan sólo alzando una mano en pos de la espiritualidad buscada. Finalmente llegaría un tercer tramo en el que el artista introdujo ritmos secuenciados de electrónica minimalista. No dio para bailar ni mucho menos pero redondeó un ciclo experimental más que interesante. Curiosamente no nos cansamos de las insistentes proyecciones monotemáticas, pero a unos 10 minutos del final, se terminaron, el proyector perdió la señal y, como apareció la típica cuenta atrás del proyector, lo achacamos a una negligencia del personal de Alhondiga. Pero quizá no fuera así porque nos permitió terminar el concierto en la total oscuridad, ampliando el impacto que emanaba de esa negra figura y su voz. Bravo porque nuestras infraestructuras artísticas ofrezcan también algo de arte musical.