Cualquiera diría que El Guincho se trajo consigo el clima sureño que vivimos estos días de impropio invierno en Bilbao. Un buen día, una buena oportunidad para ver como funcionaba en salas de conciertos la ley antitabaco (implacable) y un artista por descubrir en directo en el botxo. Como él mismo aclararía sólo había estado una vez mucho tiempo atrás con Coconot, en una okupa y había contado con una asistencia de 7 u 8 personas. Eso era claro, antes de que el mundo indie se rindiera a los pies de su primer disco en solitario, Pitchfork mediante.
Antes tuvimos el animado dancehall de Madmuasel, que llegó acompañada de una corista negra y un dj madrileño, aunque subió a un par de invitados demostrando un poco el sentimiento de familia que debe haber en una escena tan reducida. A ella se la ve muy suelta y espontánea en el escenario, recordando a una mezcla entre La Mala y Amparo de Amparanoia y zanjó más que bien el duro papel de hacer de telonera totalmente desconocida de un artista que se encuentra en el polo opuesto de la cobertura mediática. Sin duda, una buena actuación que puede ganar algún que otro adepto al género y abrir orejas por qué no, de los que estamos más centrados en el pop y el rock alternativo.
Al fin y al cabo tampoco vamos a negar que la propuesta del Guincho está lejos de ser céntrica en nuestros intereses musicales y el hype creado a su alrededor, así como en este caso su origen en bcore nos acercan a su música. «He», «ho», «he, «ho»… así comenzó el Guincho y sus dos compinches a dar paso a un repertorio en el que el baile no dio tregua. Y es que empezar con un quemasuelas tropical como «Kallise», orgía psicodélica de su primer disco, no es ninguna broma.
Así, el concierto se basó en los temas de «Pop Negro», aunque fue equilibrado por los algo más psicodélicos ejercicios de «Alegranza». Si algo hay que reconocer a El Guincho hoy por hoy es que, pese a mantener un tono similar entre el pop y el tropicalismo de baile en todo el concierto, esta repetición rítmica no da signos de desfallecer ni caer en el tedio.
Por otro lado, al trío se le ve realmente centrado más en que la música salga bien que en poner al público patas arriba. Así, los que se animan lo hacen por su propio pie, sin necesidad de que el artista tenga que llamar explícitamente a ello. El propio ritmo y a veces la popularidad de cada tema se impone en esta respuesta. En este sentido, «Bombay» fue una de las mejor acogidas.
Para los bises nos llegó una gran sorpresa, al menos para quienes en la sala fueramos más afines a la trayectoria de Coconot que de El Guincho propiamente dicho. «La Verbena de los Delfines» se coló como si un hit más de su carrera en solitario fuera y fue el último cartucho antes de la fiesta colorista de «Antillas». Total, que El Guincho cumplió en su visita a Bilbao, tal vez no a la altura del enorme hype creado a su alrededor, pero sí como una de las realidades más poliédricas de nuestro panorama indie.