Con el cartel de ‘entradas agotadas’ una semana antes de su actuación, volvía Neil Hannon a Sevilla seis años después de su anterior visita y bajo circunstancias totalmente distintas. Si en aquella ocasión vino presentando «Bang Goes the Knighthood», su álbum de entonces, en solitario y acompañado únicamente de su piano dentro del marco del probablemente extinto festival Territorios; este vez lo hacía presentando el sucesor de aquel disco, «Foreverland», acompañado por toda una banda de cinco miembros sobre el escenario del Teatro Alameda dentro de la programación de Nocturama.
Seis años sin pasar por aquí, seis años sin lanzar nuevo material, probablemente los grandes motivos del siempre agradecido sold-out. Y eso que el precio de la entrada se había colocado en torno a los 30 euros; ‘obligando’ a que la edad media del público estuviese colocada en torno a la cuarentena por mero poder adquisitivo. ¿O es que a los jóvenes no les interesa ya el ‘indie’ clásico? Viendo como ‘trapeaban’ a la salida del concierto unos chavales en medio de la Alameda de Hércules rodeados de botellas de alcohol y demás sustancias, me inclino a pensar que una mezcla de ambas cosas.
Volviendo al interior del teatro, cuando llegué ya estaba sobre el escenario Lisa O’Neill. Acompañada únicamente por un segundo músico, la irlandesa desgranó durante un ratito una muestra de su repertorio, que oscilaba entre el folk tradicional y un acercamiento más pop y contemporáneo al que su particular voz le daba un tono propio. Interesante propuesta que salió merecidamente ovacionada por el público.
Al poco rato, salieron cinco músicos ataviados con chaquetas más o menos napoleónicas para situarse ante sus respectivos instrumentos frente a la gigantesca lona de la portada de «Foreverland». La teatralidad estaba ya garantizada para cuando Neil apareció totalmente vestido como un moderno Napoleón, sombrero incluido. Sin mucho miramiento comenzaron con «Sweden» de su último álbum y continuaron con el primer clímax de «How Can You Leave Me On My Own», primer single del mismo.
La primera mitad del set estuvo marcada por este toque decimonónico, mientras presentaban temas de su nueva obra intercalados con algunas canciones de sus discos anteriores. Exquisita instrumentación y buen sonido para constatar que el proyecto de Hannon sigue teniendo plena vigencia casi tres décadas después de su formación y tras varios cambios de personal, quizá debido a lo clásico (¿y atemporal?) de su pop grandilocuente y orquestal. El carisma y la simpatía del líder indiscutible tuvo su pronta respuesta cuando le regalaron un ‘mini-yo’ de trapo que imitaba su atuendo, que el irlandés colocó amablemente frente al teclado de uno de sus músicos.
Tras un interludio instrumental, comenzó el segundo set que abrazaba ya los grandes clásicos de la banda. Tras cambiarse de vestuario, Neil apareció de una guisa más conocida por sus seguidores, con traje, paraguas y bombín, su sempiterno personaje de dandy encantador británico. El concierto continuó con gran dinamismo entre sus chascarrillos, las interpelaciones del guitarrista hacia el Betis y Camarón (!), y, evidentemente, grandes canciones. «Generation Sex», «A Lady of Certain Age», «Something for the Weekend», «Becoming More Like Alfie»… pequeños clásicos del pop británico de las últimas décadas. El componente teatral volvió a aparecer cuando la música en directo se paró para que los músicos se sirvieran una copas escondidas dentro de un gigantesto globo terráqueo que había sobre escena (!!), introducción a la interpretación que ejecutaron con Lisa O’Neill de «Funny Peculiar», sentados y bebiendo. O cuando Neil interpretó a un borracho que literalmente acabó por los suelos en «Our Mutual Friend». Genio y figura y mucha clase.
Tal era el buen rollo con el público que poco importó que tuvieran que parar «At the Indie Disco», uno de sus clásicos más contemporáneos, para que el jefe tuviera que afinar. Pareció que se despedían con «National Express» pero irremediablemente volvieron para una pequeña última tanda que remataron con «Tonight We Fly», una de sus mejores canciones, con Hannon ya planeando sobre uno de los amplis. Un concierto para recordar en resumidas cuentas, y que vuelve a constatar a The Divine Comedy como lo que siempre han sido: unos supervivientes y unos clásicos.