Tras la decepción por saber que no íbamos finalmente a poder empalmar con el concierto de despedida de Fallen celebrado esa misma tarde en el gaztetxe 7Katu, asistimos a un como siempre concierto atrasado según la hora anunciada, tradición que ni siquiera se rompe cuando los carteles rezan «puntual».
Superados los preámbulos conocidos, comenzaron Yakuzi que probaron sonido improvisadamente. La calidad de este cuarteto ya se conoce pero siempre agrada verlos de nuevo. La palabra es precisión y el género es post-rock, en la vertiente más experimental de esta etiqueta y siempre agitado por las tremendas estampidas de su batería, que unido a los terroristas del ruido que son su bajo y dos guitarras con sus repletas pedaleras, crean una perfecta mezcla entre el post-rock de Mogwai a Tortoise y el post-hardcore de unos Fugazi o los más cercanos Lisäbo, aunque en ellos la voz sea recurrida sólo de forma esporádica. Como decía, precisión y contundencia, uno de muchos grupos grandes tocando en circuitos pequeños.
A Constants les conocíamos por compartir un miembro con los post-rockers Caspian. De esta asociación entendemos que también se tenga a Constants por una banda de post-rock pero ya en disco nos daban a entender que estaban más cerca de bandas de rock progresivo aligerado como Dredg u Oceansize, si bien mantienen en sus partes instrumentales ciertos guiños al cajón de sastre en que se ha convertido el primer género.
Lo primero que sorprende al verles en directo es que se presenten en formación trío para defender una música de este tipo, que requiere muchos matices que a menudo una sola guitarra no puede llenar, aparte de que suelen incluir a un teclista aparte para dar más ambiente. En este sentido el trío suple sus carencias en matices rellenando el espectro con un sonido atronador dentro de lo melódico, que manda la voz a un segundo plano como si de una banda shoegaze se tratara.
Es una sensación extraña ya que roza la épica de una forma muy nebulosa, en la que la nitidez brilla por su ausencia. Así pues pudimos comprobarlo en un repertorio basado en su recién editado «The Foundation, The Machine, The Ascension» en el que el mayor escollo fue la voz. En las partes más sutiles no se le oía y en los catárquicos estribillos alguna mala afinación nos hizo sufrir, arruinando el clímax. Para ilustrar esta extraña mezcla de rock alternativo a caballo entre el sonido indie progresivo decir que la voz se acercaba por momentos a la de Jeremy Enigk, salvando las distancias, un matiz que en disco no llegamos a apreciar.
Sí cumplió con creces el batería, mientras que al bajista sólo se le puede reprochar su estatismo, incomprensible cuando hay un miembro ocupado de las tareas vocales y guitarrísticas, mucho más entregado. Por tanto lo dicho, un concierto de etérea saturación guitarrera en el que la banda cumplió, aunque le queda por crecer en directo y esperamos poder verlo.