Última jornada por fin y el reclamo estrella; nada menos que Metallica visitaban Bilbao en lo que prometía ser un concierto histórico. El setlist del día anterior de Lisboa despejaba todas las dudas. La banda venía reactivada y no dispuesta a manchar sus grandes clásicos con temas del polémico St. Anger y apenas una pincelada de la época Load-Reload. El lleno que se esperaba en las campas de Kobetamendi era impresionante, superando los 35.000 espectadores, un generoso incremento respecto al día de Red Hot Chili Peppers que ya registraba un lleno importante.
Por tanto convenía acercarse pronto al recinto para evitar embotellamientos de última hora y como no, para contemplar los directos de las bandas más modestas que también lo merecen. En este caso eran Laia encargados de abrir fuego con un estilo muy deudor de Berri Txarrak, rock alternativo euskaldun haciendo el juego entre las melodías y las partes de hardcore y metal. Por un momento incluso pensé que se iban a arrancar con una versión del «Ohiu» de los navarros.
Les seguirían Biok, que pese al sol de justicia que hacía hervir el recinto, dieron un concierto bastante multitudinario para su hora y beneficiados por el tirón de Metallica supieron mover al personal haciendo suyo el escenario gracias en gran parte a la animación de su cantante que no paró de moverse y saltar de un lado a otro. Así pues los primeros botes y movimientos de cuello serios de la tarde se vivieron al ritmo de su metal a trompicones, un crossover primigenio, emparentado más con Biohazard que con el numetal.
Idi Bihotz no tuvieron que ganarse al público, ya se sabían triunfadores al ser probablemente el grupo de heavy metal euskaldun más popular tras Su Ta Gar, curtido en cientos de fiestas de pueblos. Su mezcla de heavy con label vasco y lauburus les acerca a audiencias bastante amplias, pero aún así recurrieron a Metallica para salir por la puerta grande. Como reflexión diría que al final meter tanto grupo en euskera (y en este caso al menos con una opción política muy marcada) del tirón puede cansar a quienes vengan de fuera.
|Indiferencia: Esperando a Metallica|
De todas formas ya comenzaba la internacionalización primero con los grupos europeos. Para empezar, los británicos The Zico Chain nos bajaron a un rock n roll con tintes grunges -es inevitable no pensar en Nirvana- pero actitud y pintas más estilosas, rollo sleazy. Aún con un único EP editado y a la espera de editar el largo, estuvieron divertidos y simpáticos y lograron defender temas basados en el estribillo punk-rock como «Rohypnol» o «Social Suicide» cuando los fans de Metallica ya se parapetaban en las primeras filas.
Mucha era la incertidumbre por quienes sustituirían a Bullet For My Valentine, que suspendieron gira por afección vocal de su cantante. Para muchos fue sorpresa la aparición en escena de los franceses Dagoba, que si bien cuentan con menos nombre, dejaron contento al personal. Practican un metal muy duro y apto para desfogarse, de nuevo invitando a la formación de pits como ya hicieran Bloodsimple en su día. Muy efectivos pero también muy a piñón, siempre apoyados en la velocidad y en el doble bombo, como una versión plana y sin melodías de Sepultura, Fear Factory y bandas del estilo. Les faltan temas con algo de gancho.
Y el recorrido europeo finalizaría en Suecia en un concierto totalmente ajeno al espíritu metal pero que prometía ser una fiesta. The (International) Noise Conspiracy, nacidos de las cenizas de los míticos Refused son una banda carismática que canaliza arengas revolucionarias en forma de canciones de garage-rock con toque soul apto para bailar.
Lamentablemente el sonido no les hizo justicia y el público tampoco estaba muy por la labor. Esta pasividad se notó desde el comienzo con «Black Mask» y aunque se fue animando con títulos tan explícitos como «Comunist Moon», «Smash It Up» o «Capitalism Stole My Virginity», la sensación fue de lo más agridulce. No por parte de la banda y su líder Dennis Lyxzén que no paró de moverse, bajar al público y hacer acrobacias con el micrófono.
Al final fue el último día la jornada más accidentada. Tras la caída con poco margen de maniobra de Bullet for my Valentine, la organización había anunciado por megafonía que debido a un retraso en el vuelo de Incubus, no podían tocar a la hora prevista, por lo que lo harían Nebula a los que se sabía de antemano que el cambio les iba a hacer bastante daño.
De nuevo pasividad, poca gente -uno no sabe donde pueden meterse 35.000 personas en un recinto como ese si no es arremolinadas frente al escenario- y eso unido a que el trío estuvo bastante poco comunicativa en el escenario, bajaron muchos puntos al concierto. Musicalmente nada que objetar rock hipnótico del bueno, con momentos más herederos de Black Sabbath, otros más punk-garajeros y en todo caso un concierto claramente creciente que verdaderamente caldeó los ánimos con las últimas tres o cuatro canciones.
|Metallica manejan los hilos|
Al regresar del concierto de Nebula quedaba muy claro donde estaba la gente. Afianzando posiciones, o quien sabe si escudriñando el terreno en busca del lugar más estratégico entre los altibajos de la explanada del recinto. Metallica se hicieron esperar pero desde luego ofrecieron un concierto mágico para todos sus fans de siempre que han tenido que venir aguantando desde los 90 una serie de discos con los que nunca han estado muy de acuerdo. Un público fiel pese a todo, que estuvo entregado desde los primeros compases de The Ecstasy of Gold, de Morricone, clásica intro ya de sus conciertos.
La histeria se desató con Creeping Death, For Whom The Bell Tolls y The Four Horsemen en un claro despegue como guiño a sus dos primeros discos, coreado a rabiar y con la proliferación de puños, cuernos y palmas en alto. Era increíble como en ocasiones el gran karaoke de los fans sepultaba la voz de James Hetfield, más por potencia de ellos que por debilidad de él aunque es cierto que el sonido en estos primeros temas fue un poco flojo. A la banda se la vio ya en plena forma, sin fisuras y viviendo una segunda juventud.
El único momento de recuerdo a los Metallica post-grunges llegaría con The Memory Remains, un tema que sin ser nada del otro mundo se revela muy efectivo en directo con todo el gentío coreando. Pero para momento mágico el siguiente, The Unforgiven mediante, que en mi opinión merece más la pena que la trilladísima Nothing Else Matters que más tarde sonaría. Este remanso de calma se esfumaría con la velocidad inaudita de Battery, momento para el lucimiento de Lars Ulrich y que seguido de Master of Puppets fue el primer momento realmente increíble del concierto.
La cosa no quedaba aquí porque los cuatro jinetes pensaban tocarse de la misma todo el Master of Puppets en orden, desde «The Thing That Should Not Be» hasta «Damage, Inc.». Un viaje bien acompañado por los visuales de la pantalla gigante en el que destacar momentos álgidos no merece ni la pena, excepto la sensación extradimensional de escuchar «Orion», la dilatada pieza instrumental que muchos señalan como el gran rescate para los conciertos de Metallica y no puedo estar más de acuerdo. Es por temas como este que la banda ha trascendido un género a priori tan cerrado como el heavy metal.
Tras un descanso para coger aire (todos) y alguna monería de Robert Trujillo al bajo, hubo un salto al álbum negro para rescatar sus dos caras. Por un lado la rockista «Sad But True» y por el otro su universal «Nothing Else Matters», un momento solemne como pocos. A este seguiría uno de los temas estrellas de la banda en directo, que hace el justo puente entre la sensibilidad y la velocidad de la banda con vertiginosos solos marca Kirk Hammet. Los sonidos de guerra del comienzo de «One» estuvieron acompañados de petardos que finalmente estallaron en fuegos artificiales sin cometer el error de hacer un espectáculo demasiado ostentoso. La pirotecnia que les sobró fue empleada en «Enter Sandman», carismática apertura del negro, otro clásico más antes de volverse a retirar.
Desde luego que el concierto ya era generoso en tiempo y canciones con lo que había, pero el público, sabedor al dedillo de la costumbre en sus setlists no estaba dispuesto a largarse de allí hasta que Metallica finalizase con «Seek And Destroy». Y así sucedió, primero salieron y James Hetfield nos anunció que iban a tocar algo del nuevo disco. Antes de que pudiéramos ponernos a temblar comenzaron a tocar un tema al más puro estilo punk-rock californiano que hizo mover cabezas, si, pero hacia los lados en una mezcla de incomprensión o tal vez buscando algun tipo de explicación lógica del compañero de al lado. En fin, si este remedo de Offspring va a ser lo que los angelinos tienen que ofrecer en 2007, más nos alegramos de haberles visto antes de que canciones de este tipo comiencen a proliferar en sus setlists.
Y que va a hacer la gente, pues aplaudir, no vaya a ser que se enfaden y se vayan. Pero bueno, en vista de que nos ofrecieron íntegro el disco que más unanimidad despierta entre sus seguidores, no se puede acusar a estos Metallica de no saber tratar bien a sus fans. Después si, Hetfield preguntó de que disco querían una canción para finalizar y la respuesta, no creo que unánime, pero de la que se hizo portavoz el perilludo cantante fue «Kill Em All» y la canción, obviamente «Seek and Destroy», coreada hasta la extenuación pero tal vez no la mejor opción par finalizar el concierto. Tras el clamor popular, vinieron los agradecimientos por parte de la banda, saludos al respetable, paseillos, en fin, el cuarteto salió por la puerta grande del monte bilbaíno.
|Incubus pierden la chispa|
Tras ellos hubo problemas de movilidad para desplazarse hasta Incubus con todo el gentío. Se sabía como concierto menor, lo que es curioso porque en realidad se trata de una gran banda que puede encabezar carteles de festivales tranquilamente. Al parecer no habían llegado tan tarde a Bilbao, al menos a Brandon Boyd le había dado tiempo a ponerse alegre. Quienes recordamos a los Incubus de los inicios, los de Science, los de Make Yourself, no podemos evitar que nos parezcan una sombra de lo que fueron. En directo son igual de buenos, pero no impresiona lo mismo un directo basado en sus baladas y temas atmosféricos que con rompedores himnos de rock alternativo de poso funk como antaño.
No es cuestión de tocar temas de discos antiguos, sino de saber elegir. Que lo más contundente del concierto resultara «Circles» es ciertamente desolador y revela que Incubus tiene el más frustrante de los problemas de cara a (algunos de) sus fans; un repertorio de lujo entre el cual hacen elecciones nefastas. Así que lamentablemente sólo se puede tachar el concierto de agradable, porque escuchar «Are You In?», «Nowhere Fast», «Wish You Were Here» o «Drive» es agradable, pero deberían equilibrarse un poco porque tocar las lentas de todos los discos no puede ser, a no ser que de verdad quieran dar la sensación de boy-band cuando son unos músicos extraordinarios.