El tercero de los días, ni aún subiendo con tiempo de sobra para ver a Syberia abriendo el escenario de la entrada, conseguimos un autobús que nos llevase hasta arriba (que los autobuses dejen el 90% de veces a la altura de Beyena no puede tomarse con la normalidad con que la organización parece llevarlo).
Sabíamos que los fans de Green Day estaban haciendo cola desde la mañana y, cuando se abrieran puertas a las 18:00 íbamos a tener que esperar a que todos ellos entrasen. Un tema el de la hora de apertura que también merece la pena que se replantee, porque no se puede recriminar a la gente que suba a las horas punta si a la vez no se facilita que quien quiera o pueda subir temprano no tenga que aguantar una vez arriba, cola hasta que abran el recinto.
Total que ya llegamos con Syberia comenzados. Los barceloneses, que podrían ser una propuesta no tan original en los circulos del post-rock, supusieron un vendaval de aire fresco en el cartel del BBK con sus dinámicas que miran al rock espacial, alguna escalada metálica y momentos más melancólicos. Qué duda cabe además que muy apta su propuesta instrumental para captar la atención de algún que otro extranjero, sobre todo por eso de tocar junto a la entrada. Gran acierto.
SONIDOS AÑEJOS EN KOBETAS
Como acertados estuvieron también White Denim en el segundo escenario. Por fin una banda indie en el festival orientada claramente al rock. Con retazos de progresivo y de blues la banda de Austin propuso un concierto contundente a la par que fresco, uno en el que pesan no tanto los hits como la atmósfera de sabor clásico con pasión juvenil que consiguieron crear durante todo el tiempo del que dispusieron.
La verdad que ese tramo de la tarde concentraba mucho rock en el festival. The Hives comenzaban su explosivo show ante un público enfervorecido (por suerte, gran parte de los fans de Green Day que poblaban las primeras filas conectan también con los suecos) y teniendo a los de Pelle Almqvist muy vistos con lo bueno (su música) y lo malo (su interminable cháchara) optamos por comprobar qué tal esos prodigios conocidos como The Bots.
Diestros en sus instrumentos y practicando un rock básico con influencias de garaje, blues y punk estos hermanos adolescentes ejecutaron con frescura y velocidad un cancionero que quizá sea lo más flojo de su propuesta. Tiempo tendrán para crear temas memorables, de momento arrollan con su entrega y con la simpatía al menos de su cantante y guitarrista, ya que su hermano pequeño parecía más rebelde a la batería.
Hubo parada a continuación en la institución local Fermín Muguruza y su Kontrakantxa, fiesta internacionalista desde la identidad vasca y el ska. Sea más o menos afín a los gustos de cada uno, un concierto de Muguruza siempre da lo que se espera, mucho movimiento y consignas políticas. Y además es imposible no estar familiarizado con temas como «Urrun», «Newroz» o «Big Beñat», aunque sea de forma indirecta. Quizá por eso había tanta gente viéndole en un festival con cuyo estilo a priori nada tiene que ver. También hubo paso de rigor a ver a los Delorentos contentar a una carpa bastante llena. Son otros irlandeses muy solicitados en nuestros festivales y por tanto acostumbrados ya a esta mezcla de público de la península ibérica y las islas británicas, con los que se dieron un buen baño de masas.
El concierto de Vampire Weekend se intuía de antemano lastrado por todo el público esperando a Green Day, que dificilmente iba a conectar con el pop sensible y arty de los neoyorkinos. Y eso fue un lastre pero tampoco el cuarteto estuvo demasiado fino. Lánguidos, bajos de sonido tanto en ritmos como en voz y dejaron demasiado peso al público, pidiendo palmadas constantemente. En definitiva, cuando sabemos que tienen canciones capaces de funcionar por sí solas, al final brilló su hit «A-punk» y poco más, como si de cualquier medianía indie se tratara. Ni lució su parte más divertida, ni la más tropical, tan sólo la más delicada. Quizá es problema de que no están hechos para enfrentarse a un escenario tan multitudinario, como también dio la impresión.
Como Green Day iban a ofrecer un concierto abultado del que sólo una parte se solaparía con Twin Shadow, unos pocos fuimos a darle la oportunidad. George Lewis Jr. ofreció un notable concierto en el que su sintético y ochenterista cancionero tomó fuerza rockera. De hecho, por momentos sonó a un rock de estadio bastante alejado de su pedigrí indie con temas como «Golden Light» o engrandecidos himnos synth-pop de nuevo cuño como «Five Seconds». Tal vez sea ese aire retro, esa concepción del pop al estilo de hace décadas, pero sus canciones y su música en general tienen tal potencial comercial que nos extraña estar viéndole aún en un escenario pequeño de festival. Seguro que no pasa mucho hasta que esté en las ligas mayores. De momento ya le tiraron unas bragas y después un sujetador, como a los toreros, vaya.
I SAY «EEEEEEOOOOOOO» / CON LOS TERRORISTAS
No es mi intención que esta crónica de lo vivido durante la más de segunda mitad del concierto de Green Day quede como la de un fan despechado. De sobra sabía lo que eran los de Berkeley a día de hoy en directo, llevando a los límites el espectáculo del rock de estadio más caricaturesco. Pero de ahí a que todo eso me impida siquiera disfrutar de temas como «When I Come Around», «Longview» o «Basket Case» hay un trecho. Todos los que dedicamos tanto tiempo a escuchar música pop y rock tenemos un poco de síndrome de Peter Pan, pero es que lo de Billie Joe debe ser algo patológico porque a su edad estar haciendo monerías para un público que podría ser sus hijos tiene su miga. Al menos sabemos que su hijo no estaba entre el público, porque salió al escenario. Si sólo hubiera salido él… en el espectáculo del trío cabe de todo: gente cantando desde abajo, gente cantando sobre el escenario, disfraces, lanzar agua al público, lanzar papel higiénico al público, lanzar… ¿camisetas al público con una pistola específica para ello? Si a esto le añadimos versiones de AC/DC o verbeneros medleys donde caben los Isley Brothers, The Doors y los Stones, por lo que parece tenemos a los grandes entertainers del rock de nuestro tiempo.
Por el camino de este «festival dentro del festival» queda la sensación de una carrera tirada por la borda y un gran puñado de canciones (de las mejores colecciones de eso que se llamó pop-punk, de hecho) a las que jamás se podrá hacer justicia en este plan. Lo peor de todo es que el setlist fue objetivamente bastante bueno. Para los bises se dejaron la traca del que fue su último gran disco («American Idiot» y la mesiánica «Jesus of Suburbia») y el final llegó con «Good Riddance» que queda hasta graciosa porque seguro que sí, que para más de uno tal despropósito de concierto fue el momento de su vida.
Aún impactados por lo surrealista y prolongado del espectáculo acontecido y sobre todo porque llegara a conectar con tantísima gente, nos acercamos a Fatboy Slim aunque ya estábamos sobre aviso de que su show iba a ser zapatilla pero del Carrefour. Una mezcla de electrónica muy hooligan y genérica. Tras una entradilla con el universal símbolo del acid house empezó a sucederse un batiburrillo audiovisual que empezó con notas de «Right Here, Right Now» y en el que sonaron repetidamente transiciones prestadas del «Harlem Shake» (Baauer) y «Crazy in Love» (Beyoncé), trozos de versiones del «Get Lucky» de Daft Punk, su cansino fraseo de «Fatboy Slim is fucking in heaven», referencias a Anonymous… en fin, un desmadre que no es que fuera difícil disfrutar un rato, pero se acabó haciendo muy indigesto y sobre todo impropio de una supuesta figura del big beat. Claro que mucho ha llovido desde los 90 y para Norman Cook es más fácil reinventarse en esta mezcla de Ibiza meets Zombie Kids que hacer algo verdaderamente relevante.
De modo que nos fuimos a ver a We Are Standard triunfar en un concierto en el que contaron con los experimentales txalapartalaris de Oreka TX. Para ser honesto, el sonido de la txalaparta se intuía más que otra cosa, pero el aspecto visual era innegable y contribuía a llenar un poco más el escenario, lo cual sin duda redundó en que la carpa fuera toda una fiesta, con confeti y demás parafernalia. Hay que decir que la nueva faceta más «madchester» de los getxotarras les hace subir muchos enteros respecto al indie bailable que solían practicar. El sonido se ha vuelto más denso y atmosférico y esa envoltura psicodélica se agradece. Hasta su ya recurrente versión del «Waiting for the Man» de la Velvet Underground sonó más viva en este formato. Un cierre mucho más a la altura que el del inglés (que luego aún seguía en la misma onda, destrozando hasta su «Rockafeller Skank») para un festival que fue retratado de esta forma hasta su punto final, con sus sombras y sus luces.
EPÍLOGO
De nuevo toca repetirlo, porque la excusa de que hay mucha gente no es una excusa cuando montas un festival. Ni la de que los festivales son incómodos por naturaleza vale tampoco. El Bilbao BBK Live ya ha crecido demasiado en envergadura. Ahora debe asentar la comodidad para su público y esto implica mejorar la experiencia del camping, buscar la forma de que los autobuses suban y bajen con fluidez y en definitiva evitar las colas que han marcado las tres jornadas. No se puede mantener una cita internacional esperando a que los problemas se resuelvan solos, toca actuar si se quiere afianzar una cita asentada en cartel y número de asistentes pero con mucha arista por pulir.
Por lo demás, el sábado en lo musical no fue ni la mejor jornada ni la peor, así que también en ese aspecto se erigió en buen balance del festival en su conjunto. Pero desde luego lo que sí fue la pauta los tres días es que los grupos menores salvaron la papeleta de la calidad musical.
FOTOS: Musicsnapper & Tom Hagen