La historia de los neoyorquinos Battles no es demasiado extensa pero si tiene ya un antes y un después que se produjo hace un año con la salida del guitarrista y cantante Tyondai Braxton. Todo ha cambiado en su entorno, sobre todo desde que decidieron seguir adelante como trío y no intentar el fichaje de otro cuarto miembro de remplazo.
Toda esta explicación viene porque un directo de Battles ya no es lo que era con Tyondai, como ya pudimos comprobar a su paso por festivales veraniegos como Primavera Sound o Paredes de Coura y en un buen disco como «Gloss Drop». Las comparaciones son odiosas y sin duda todo lo que tenga que ver con la fulgurante aparición y presentación en vivo de un artefacto tan difícilmente repetible como «Mirrored» (su previo álbum) va a salir perdiendo.
Antes de entrar en harina con lo que nos trajeron Battles, por primera vez en Madrid y por primera vez de gira por salas, hablaremos de como los teloneros Walls lucharon por animar el cotarro. Su propuesta de electrónica ambiental y psicodelica contentó a los que se habían acercado a horas tan tempranas, pero evidentemente su show es complicado de encajar en una labor de telonero, y más a las ocho de la tarde. Aún así cumplieron, sobre todo cuando uno de los dos se dedicó más a sacar sonidos de guitarra.
El backline de Battles permaneció impasible durante todo el concierto de Walls, justo a su derecha. El trío neoyorquino tenía las cosas claras y parapetó hacia detrás del escenario todo el equipo de sonido y luces (dos pantallas gigantes dónde fueron apareciendo los vídeos de los colaboradores Matias Aguayo, Gary Numan y Kazu Makino) manteniendo sus instrumentos lo más adelante que se podía. También bajaron los altavoces que cuelgan del techo de la sala para acercarlos a nuestros oídos, así que aquello fue una verdadera barbaridad sónica con precisión, nitidez y mucha potencia.
Todo esto vino especialmente bien ahora que dependen mucho más del imparable ritmo del metrónomo humano que es John Stanier, que se volvió a erigir como uno de los baterías de estilo más único del planeta: cabeza agachada, pegada brutal, batería sencilla, el crash altísimo marca de la casa y sudor por doquier. A su lado era divertido ver los bailecitos del bigotudo Ian Williams, ahora que se dedica más a los teclados que a las seis cuerdas, que por otro lado estuvo muy bien suplido por los guitarrazos, loops, bajos y efectos de un Dave Konopka que antes permanecía mucho más en la sombra.
El repertorio se volvió a centrar en su última obra, entre otras cosas por las dificultades de llevar todo el material previo al directo en formato de tres. Al menos esta vez si se sacaron de la manga dos temas de «Mirrored», aunque ninguno de los EP’s previos: «Atlas» estuvo sensacional a pesar de llevar las voces grabadas, pero «Tonto» quedó más como un homenaje sin las divertidas voces que encontrábamos antes en su versión en vivo. Del resto inevitablemente destacamos la unión de «Ice Cream» con la tropical «Inchworm», el divertido inicio de «Wal Street», lo bien que encaja ver en las pantallas a Gary Numan interpretando «My Machines» y Kazu Makino haciendo lo propio en «Sweetie & Shag» y un final tremendo con «Futura».
Para el bis Ian y Dave se pasaron un rato largo construyendo mantos sobre los que luego ejecutar una «Sundome» bien distinta de la del estudio, tanto que ni apareció Yamantaka Eye en los vídeos. Pura explosión de experimentación progresiva que sólo puedes asegurar si tienes alguien marcando el ritmo tan bien como John Stanier hace.
El público madrileño merecía desde hace tiempo tenerlos por aquí, así que se respiró ese ambiente respetuoso y curioso una cita esperada. aunque hubiéramos esperado mucho más desfase con los bailes. Quizás mejor así, porque por mucho que se te vayan los pies, lo que hacen estos tres es para verlo bien visto. Se me ocurren pocos sitios mejor para esto que Joy Eslava.