Recuerdo cuando Vulk surgieron y comenzaron a hacer acto de presencia en los carteles de conciertos de la escena bilbaina. Desde el primer momento tuvieron un directo poderoso, uno que solía suscitar comparaciones con Fugazi y Joy Division al combinar la marcialidad del post-punk con la energía del post-hardcore. Esa dualidad que aún tenía su razón de ser en lo registrado en «Beat Kamerlanden», empezó a disiparse con un «Ground for Dogs» donde Wire y Television ganaban peso a la vez que el euskera. Creo que, al escuchar temas como «Behiaren Begirada» a todos nos quedó claro que el idioma le daba el toque definitivo a una personalidad musical que ya se sentía particular.
«Ground for Dogs» era un disco con mucho misterio, espacioso y repleto de una melodía escurridiza, pero bien presente. «Vulk Ez Da» es una evolución atípica para la banda. Podíamos esperar que el euskera arrasara con cualquier vestigio del inglés, pero quizá no esperábamos una apuesta tan radical por la intensidad y el ruido. El tercer largo de los bilbainos va a fuego en cada uno de sus 10 cortes, donde suenan más convincentes que nunca. En definitiva, el cuarteto, con nuevo batería perfectamente integrado en el engranaje, exuda rudeza y naturalidad, algo parecido a esa portada con el nombre del disco tallado en madera por el padre del citado músico.
El disco arranca acelerado con la casi motera (aunque suene un coche) «Hamar Lagun Baten Kontra» hablando de vivir arrisgándose y continúa frenética pero más juguetona con «Amodia Kartzelan», narrando una historia de amor en la trena. La intensidad será una constante en el disco, no tanto la velocidad que irá convenientemente fluctuando para ofrecer una escucha más amena y con muchos más matices de lo que promete de primeras.
Los temas del disco son también curiosos, lo mismo tienes un poderoso y pegadizo canto a la amistad en «Laguna», que la lúcida descripción de la dinámica del trabajo hoy en día que es «Lanaren Kanta». O lo que es lo mismo, son capaces de darle una vuelta a conceptos sencillos y también de apelar a nuestra imaginación en las misteriosas en letras y escalofriantes en sonidos «Gaua eta Odola» y «Militantzia Sutsua», donde llegan a evocar al rock industrial más espacioso sin salirse del concepto de canción.
Es curiosa la inclusión de «Etsai, Orpoan» una versión de un poema de Erramun Maruri de 1928 que, sonando perfectamente a Vulk, tiene especiales ecos sonoros a la época dorada del rock vasco de los 80-90. Y a la vez da una idea de las pretensiones creativas de Vulk, capaces de volcar muchos conceptos artísticos en una música tan agresiva, como ya hicieran Lisabö o incluso esa tradición escultórica vasca que saca la belleza y la verdad a la piedra y el acero corten.
El disco cierra con la declaración de intenciones homónima que es «Vulk Ez Da» (Vulk No Es), una coctelera de ritmos y guitarras ruidosas que recuerda a unos Betunizer más arropados y reivindica su derecho a ser ellos mismos en cada momento de la banda. Quizá por eso, el tercer disco de Vulk no ha sido un intento de abrirse a un público mayor, ni una carta de presentación para los promotores de festivales, sino una especie de explosión introspectiva, una implosión repleta de honestidad que nos deja un nuevo disco clave para el rock euskaldun.