Ya van cuatro Primaveras vividos por un servidor. Con el paso de las ediciones he ido aprendiendo cómo moverme por el festival: a tener cuadrado el planning desde que aparecen los horarios pero siempre con un margen de maniobra por si algo falla; a evitar desplazamientos innecesarios para ver a un grupo 15 minutos en la otra punta del Fòrum para luego regresar al punto de partida; a ir solo a un concierto que quiero ver si a ninguno de mis acompañantes le interesa; a tantear cuánto tiempo antes debo plantarme en un escenario cuando toca un grupo de relumbrón e, igualmente, cuándo debo salir de una muchedumbre para llegar a tiempo a otro bolo… y muchas otras ‘técnicas’ que seguro muchos enfermos del festival compartirán.
Lo que no deja de impedir que la experiencia sea una maratón que te deja física y mentalmente exhausto. Porque básicamente cada paso que das en el enorme recinto del Fòrum es una decisión sacada de entre muchas variables que te aleja o acerca de ver a determinada banda, de perder a tus amigos el resto de la tarde/noche (más aún si te quedas sin batería) o incluso de poder beber o comer (o mear) en un rato. Todo esto, claro está, si tu máxima prioridad es ver esa lista de bandas imprescindibles con las que muchos acudimos a finales de mayo a Barcelona. Si lo tuyo es ir de fiesta o ver sólo algún cabeza de cartel, supongo que será todo más fluido y fácil.
Gracias a seguir estas pautas hasta cierto punto a rajatabla (con algún desliz, todos somos humanos), este año he vuelto a tragarme una buena ración de conciertos, algunos aburrido, varios buenos y notables y un puñado de excelentes; de esos que trascienden la mera experiencia de escuchar música en directo para convertirse en arte en estado puro que deja una huella imborrable dentro de ti y cambia, aunque sea a pequeña escala, tu forma de ver las cosas.
Entre estos grandes conciertos estarían los de varios grupos que han estado fuera de juego durante varios años o décadas, y cuya vuelta es de muy variopinto pelaje según cada caso. Como el de Slowdive, grupo a la cabeza del shoegaze de los noventa que, en una de sus primeras fechas tras casi veinte años desaparecidos, ofrecieron la que quizá haya sido la experiencia más envolvente de todo el festival. La banda de Neil Halstead consiguió volver a darle sentido a este género tan manido hoy en día, con oleadas de preciosas melodías etéreas entremezcladas con distorsión cuando era necesario, pero siempre dejando claro que eran los más delicados del movimiento. Sonido de diez.
También me conmovieron, quizá en un sentido parecido que los anteriores pero a un nivel más abstracto, Godspeed You! Black Emperor. El combo canadiense negó de pantallas laterales y de buena iluminación y sólo necesitó de una pantalla trasera donde proyectaban veladas imágenes y, evidentemente, de su propia, evocadora, música para mantener a una gran parte del público en silencio durante dos horas, dejando sus mente divagar. En otro extremo, Neutral Milk Hotel nos recordaron a un grupo de gnomos tocando música en medio del bosque. No sólo por lo asilvestrado y hasta destartalado de su folk-rock, ajeno a cualquier ímpetu mainstream dado el hype de su regreso, sino por las pintas de Jeff Mangum, escondido tras una lustrosa barba, y los movimientos de Julian Koster, emperrado en dar vueltas y vueltas cuando no manejaba los más curiosos artefactos sónicos. Entrañable se queda en poco.
NIN callaron muchas bocas críticas con respecto a su actuación con un show impecable, sobrio y misterioso. Dejando de lado cualquier tipo de atrezzo propio de una banda de su nivel comercial, se escondieron durante gran parte de su actuación tras la neblina, a veces en un formato más electrónico y pop y otras recordando los gloriosos tiempos de su pasado industrial. Un sonido perfecto, muchos clásicos y un Reznor que dejó claro claro que es un superviviente de la escena alternativa de los noventa. Arcade Fire también tocaron una buena ración de sus hits más memorables, aunque su tono fuera diametralmente opuesto: una verbena carnavalera, épica, excesiva y hasta mesiánica, que espantó a muchos pero que a otros nos satisfizo. Eso sí, el nivel de megalomanía ha tocado techo.
Del resto, también me gustaron bastante The Ex y sus guitarras y bajo que eran pura hormigonera, pero que se entremezclaban con naturalidad con el extraño groove marcado por su batería; Cut Copy, que casi cerraron el Sábado con una actuación enfocada al más puro hedonismo, como bien indica el título de su último “Free Your Mind”, dejando claro cómo debería ser siempre un fin de fiesta en un evento de estas características; y unos Pixies que básicamente se limitaron a tocar clásicos tras clásicos con algún acercamiento a “Indie Cindy”. Sin despeinarse, estáticos como siempre, pero claro, casi nadie posee un legado como el suyo…
Por lo demás, a Queens of the Stone Age y The National los cogí con ganas aunque las actitudes de sus sendos líderes y el agobio al situarme relativamente cerca me acabaron cargando y no acabé de entrar en sus shows. Belako me sorprendieron por su energía juvenil y buenas maneras; Television, a pesar de su edad, convencieron únicamente por su música, universal; Haim deben darle una vuelta a su directo y dejarse de varias tonterías; y la controversia Metronomy me gustó como teatrillo televisivo únicamente. Hubo algunos conciertos más, pero me parecieron simplemente correctos o aburridos y poco más tengo que añadir.
Esto, a grandes rasgos, ha sido para mí Primavera Sound 2014. Podría hablar de solapes imperdonables, esos St. Vincent-Neutral Milk Hotel, Mogwai-NIN, Television-Superchunk. Podría hablar de staff portugués que apenas entendía cuando pedías otra cosa distinta a cerveza. Podría hablar también de público que no sabe comportarse (¿todos los maleducados son ingleses?). Pero son lugares comunes y de ello ya ha hablado en tono jocoso mi compañero Raúl. Así que hasta aquí ha sido todo. Si hay Primavera 2015, sólo la suerte, el dinero y las ganas lo dirán.
Foto Red Bull Academy Radio: Pere Masramon
Foto Slowdive: Eric Pamies
Foto NIN: Dani Cantó