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Stone Temple Pilots – Purple

Stone Temple Pilots - Purple portada
Atlantic, 1994
Productor: Brendan O'Brien
Banda: Scott Weiland, Dean DeLeo, Robert DeLeo, Eric Kretz

Géneros: , ,

9.2

No es la de Stone Temple Pilots una historia típica dentro del rock de los noventa. No son de Seattle pero lograron tener su hueco dentro del grunge, pese a ser acusados en sus comienzos de copiar a Pearl Jam o Alice In Chains. No vamos a decir que no, la tendencia de Stone Temple Pilots hacia el mismo tipo de rock distorsionado y oscuro que, de alguna forma dispersa, unificaba al movimiento de la localidad maderera no podía ser casualidad. Estas cosas siempre se perdonan cuando coges el tren a tiempo («Core» bien puede considerarse el primer disco post-grunge) y sobre todo, con el tiempo, demostrando lo que hay detrás.

En este caso detrás estaba el carisma de Scott Weiland, un grunge fuera de onda en la soleada San Diego, abocado no se sabe si por vocación personal o por gajes del oficio al tipo de tortuosa relación con la droga tan típica entre las rockstars de aquellos años. En un segundo plano, los hermanos DeLeo, que llevaban gran parte del peso compositivo y Eric Kretz a la batería. Demasiados paralelismos, incluido el productor más prolífico del grunge, Brendan O’Brien que también puso su sello en «Purple».

En este segundo disco, la banda recreaba un hard-rock oscuro al que aportaban la descorazonadora distorsión del grunge, sin renunciar a los solos, así como melodías vocales, cortesía de la garganta hipnótica y por momentos alienígena de Weiland. La mezcla les quedó bien y prueba de ello es el equilibrio de un disco que llegó a ser superventas a la vez que afianzó a Stone Temple Pilots como una banda auténtica que merecía de verdad la pena.

Los 90 eran otros tiempos y una banda podía llegar a volúmenes inusitados con un single como «Vasoline», que a primera escucha destaca por su extrañeza y su atípica composición. Apenas tres desconcertantes minutos de un ritmo constante que inunda todo, solos escurridizos, timbres de voz cálidos e irreales y exóticas baterías casi tribales. Por adjetivar que no quede, psicótico, alucinógeno y por supuesto, adictivo. Una sensación que quedó bien contrastada con las maneras clásicas de «Interstate Love Song», el single que todo grupo de rock americano desearía tener y a la postre uno de los mayores himnos de la banda. Ya se olía que STP acabarían por derribar sus autoimpuestos clichés grunges.

No por ello dejan de sonar a Alice In Chains por los recovecos de «Meat Plow» o a Soundgarden por los de «Silvergun Superman», cuyos riffs retorcidos también recuerdan al crossover de bandas como Helmet. Pero lo que podría ser rock alternativo ralentizado y tendente al metal sin más, queda realzado por la producción de O’Brien con un resultado mucho más ambiguo, por ejemplo en «Lounge Fly». La capacidad de la banda para romper la tensión con acústicas y después restaurarla a través de solos de guitarra de puro hard-rock setentero.
Y es que Purple es una máquina de riffs decadentes y chirriantes pero no necesariamente depresivos. Ahí tenemos a Weiland elevando su voz a los vientos en «Still Remains». Y es que no sólo de Seattle vivía el cuarteto, sino que Jane’s Addiction era otra de las influencias claras de su expansivo lienzo. Las guitarras de Dave Navarro planean por medio disco e incluso los aires psicodélicos de Perry Farrell inundan temas desbordantes de vitalismo como «Army Ants». Por su parte en «Unglued» se nos presentaban como una versión agresiva y asfixiante de Pearl Jam que nunca veríamos.

Pero tampoco desvirtuemos la realidad, que los californianos clavaban también los tempos lentos y grisaceos. «Big Empty», incluida en la BSO del filme de culto para una generación, «El Cuervo», se presenta meditabunda y explosiva en el estribillo y podría establecer el patrón de medio tiempo postgrunge que más tarde Creeds y demás fauna calcarían hasta llenar su cuenta bancaria. Lo que difícilmente podrían copiarles serían las salidas de tercio acústicas como la exótica «Pretty Penny» o «Kitchenware & Candy Bars», bonito y orquestal final cuyas eléctricas sin embargo coquetean con el metal de unos Alice In Chains.

La broma final vendría con una recreación del sonido de Frank Sinatra que no está nada mal. Poco a poco, los Pilots se liberarían del estigma del grunge y volaron libres hacia un pop-rock más clásico y ligero, sin perder en ningún momento el buen gusto. Por el camino empezarían a cruzarse las cárceles y clínicas de desintoxicación Pero eso ya es otra historia.

Vasoline

Interstate Love Song

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1 de enero de 1994