Da gusto encontrarse con debuts como el de Odio París. Y es que en tiempos en los que parece que un grupo que quiera destacar tiene que que estrujar a la musa para que lo bendiga con algo que pueda achacarse como ‘originalidad’, o tirar sobre un lienzo en blanco todas las influencias que se le ocurran, reales y sentidas o no, para que lo tachen así de ‘posmoderno’, siempre es bien recibido un disco que suena a conocido; de, simplemente, buenas y grandes canciones.
Los barceloneses no esconden sus influencias, de hecho quedan bastante evidentes: de los insalvables The Jesus and Mary Chain y My Bloody Valentine; pasando por la recurrente figura, al provenir del territorio nacional, de Los Planetas; hasta hacer bisagra en focos actuales como The Pains of Being Pure at Heart, más por cuestiones generacionales que como verdadera influencia, supongo.
Lo que significa, claro, montones de distorsión y de melodías a partes iguales, o, lo que es lo mismo, noise, shoegaze y pop, dosificados con mucha elegancia y buen tino. Así, son capaces de empezar concatenando tres hits indiscutibles como son “Cuando nadie pone un disco” – muy The Drums – , “Ahora sabes” y, evidentemente, “Uno de Noviembre”, uno de los grandes temas que nos ha dejado 2011.
Pero este primer tercio del álbum no muestra todas las facetas por las que se mueve la banda, porque luego “Ya no existes” enseña su lado más punk, la sublime “San Antonio” es puro rock alternativo en su más épica vertiente, “Volver” nada tanto en el shoegaze como en psicodelia, y “Nana blanca” supone un bonito broche final en formato chillwave.
Como ya apuntábamos al principio, Odio París es un debut compacto, muy notable y con poco que ponerle en contra. Algunos pensarán lo contrario, que no posee un verdadero sonido propio y que por eso mismo no tiene por qué destacar entre discos de otras bandas del mismo palo. Pero eso sería una postura injusta y muy superficial para con un disco y una banda que realmente merece ser tenida en cuenta por méritos propios.