SCREAMADELICA, manual canónico de rave y rock

No cometeré la hipocresía de afirmar que en 1991, con apenas siete años cumplidos, lo flipaba saltando en mi cama a ritmo de piruletas y Screamadelica. No, camaradas; hizo falta más de un lustro para que comenzara a interesarme realmente por la música, y más de una década para que empezara indagar en otros géneros que no fueran el grunge y el rock alternativo, dos de los géneros estrella de los noventa. Así, a principios del milenio descubría a Depeche Mode, The Cure y Joy Division, de nuevo de actualidad gracias al revival post-punk, para poco después pasar, siguiendo el recorrido histórico, a The Stone Roses, Happy Mondays y los protagonistas de esta reseña-homenaje, Primal Scream.

A los escoceses, por el tema de la contemporaneidad, los conocí gracias a sus discos de entonces: su última obra maestra XTRMNTR (2000), y su continuación, Evil Heat (2002), pero no pasó mucho hasta que cayera en mis manos el CD original de Screamadelica. Y con él, una tremenda sensación de déjà vu, o en este caso, déjà entendu. Y es que curiosamente, mi padre solía poner en el coche cuando era niño una cinta de cassette que, evidentemente desconociéndolo entonces, contaba con canciones de Saint Etienne, Massive Attack, One Dove, Opus III, proyectos derivados de New Order como Electronic o The Other Two… electrónica y pop de los noventa puros y duros, contemporáneos o inmediatamente deudores de este tercer álbum de Bobby Gillespie y los suyos. Fue entonces cuando me volví consciente, años más tarde de aquellas primeras experiencias en analógico, de mi amor profundo por la música electrónica inteligente, sensual y vanguardista a la vez.

Se ha dicho hasta la saciedad que Screamadelica es el álbum ideal de encuentro entre pop, rock, psicodelia y música electrónica. Y es cierto: fue el disco que aglutinó géneros con la mayor de las fortunas; cogiendo lo que Stone Roses y todo Madchester, el tecno-pop, y las exploraciones house y dance primerizas de Orbital, The KLF o The Orb acababan de mostrar al mundo, para unirlos a un fuerte legado dejado por los Rolling Stones, los Stooges y los primeros psicodélicos y abrir así el camino que muchos grupos seguirían durante las décadas siguientes.

Hoy la hibridación y entretejido de estilos hasta hacerse indivisibles como marca de la casa de una banda es algo totalmente aceptado, pero no siempre fue así. Si unimos toda esta fusión musical; a unas labores de producción repartidas por varios de los artistas y productores más importantes de entonces, como Andrew Weatherall o los propios The Orb; y una nutrida selección de samplers de lo más variopinto, de Brian Eno, a un western de Peter Fonda, una risa de Sly Stone, o incluso versión completa del “Slip Inside This House” de los 13th Floor Elevators; tenemos uno de los primeros grandes álbumes posmodernos contemporáneos.

Pero quizá lo más importante de todo, a nivel emocional, Screamadelica es un álbum bigger-than-life, que invita a pasarlo en grande siempre que comienza a sonar la stoniana ‘Movin’ On Up’ y su familiar inicio guitarrero. “Don’t Fight It, Feel It”, (el gospel, otro elemento importante del álbum), la titánica y definitiva “Come Together” o “Loaded”, originalmente un remix a cargo de Weatherall de un single anterior, “I’m Losing More Than I’ll Ever Have”, distorsionado hasta crear un tema totalmente independiente, son himnos inmortales; herederos de lo que se cocía en La Hacienda cada noche y propulsores de la aún naciente cultura rave, pero con el suficiente empaque como para crear escuela por sí mismos.

Y vaya si crearon: Prodigy, Chemical Brothers, Fatboy Slim, el big beat de los noventa está en profunda deuda con el álbum del sol de ojos saltones; y la fiesta se ha seguido extendiendo hasta los grandes revivalistas y fusionadores de la actualidad; de LCD Soundsystem a nuestros Delorean y El Guincho; por no hablar de tanto efímero y mimético grupo nu-rave. Y es que el sol de Screamadelica sigue brillando fuerte, quizá ahora más de nunca que vuelve a revalorizarse su sonido. Pero para mí, simple redactor, nunca ha dejado de ser uno de esos pocos discos que transformó profundamente mi manera de percibir y apreciar la música. Y quizá la vida.

 

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