/Crónicas///

Viaje A 800 – Bilbao (13/04/2013)

8.7
Azkena, Medio lleno
Precio: 12/15€

El adiós de Viaje a 800 deja la desazón de cualquier despedida pero con ella el sabor dulce de, por una vez, habernos dado cuenta de la grandeza de esta banda desde prácticamente sus comienzos. Porque el medio aforo del Azkena no difería en gran exceso del alcanzado por la banda en previos conciertos por Euskadi. Esto significa dos cosas, por un lado que pocos se han apuntado al carro con esto de la separación y por el otro que la banda deja tras de sí un culto fiel entre los seguidores del rock psicodélico desde una perspectiva underground. La gente sabrá, a nosotros nos parece que es el fenómeno de lo más parecido a Kyuss que hemos visto en cuestión de banda ignorada en su momento y llamada a quedar en los anales del rock de por aquí.

Sabor dulce también porque, no hemos indagado en las causas de la disolución ni nos interesa, pero viéndoles por el escenario se nota que, ni han perdido la pasión por la música que han creado, ni las relaciones entre los miembros son distantes, más bien todo lo contrario. Los algecireños venían con ganas sinceras de tocar en Bilbao, una plaza tan lejana como emblemática para ellos, sobre todo si metemos a Vitoria en la ecuación y ofrecieron un recital extenso y memorable, aunque tampoco vamos a caer en el error de decir que por ser el último fue el mejor.

Pero primero llegarían Arenna, que, quizá dados los requisitos de tiempo de Viaje a 800, empezaron puntuales. Los gasteiztarras desplegaron todo ese stoner-rock en inglés tan heredero de los citados Kyuss. Y es que en su perfección, quizá lo sea demasiado. Los riffs de Josh Homme y la voz de John García planean demasiado cerca las canciones del quinteto. Pero fácil es intentarlo y dificil conseguirlo, por lo que no tenemos muy claro cuánto de reproche y cuanto de halago en este comentario. En todo caso, stoner de alto copete y muy curtido en directo con sus partes de hard-rock monolítico y las de psicodelia más melódica. Además de amigos de los homenajeados, contaron como su primer concierto lo ofrecieron teloneando a los gaditanos y ahora les tocaba hacerlo en el último de estos, agridulce sentimiento sin duda.

Dio la sensación de que precisamente de su tierra, de Gasteiz, había venido buena parte de los congregados en la sala. Lógico también dado que la fecha vasca de este fin de gira fue inicialmente allí y pospuesta y movida finalmente a la capital vizcaína. El caso es que la sala congregaría algo así como un medio lleno, que no está nada mal pero sin ser nuevos, nos sigue pareciendo mentira que una de nuestras mejores bandas de rock, sea esto lo máximo a lo que aspire en cuanto a público.

En un clima de bastante buen rollo el trío comenzó un periplo de lo más completo por su corta pero excelsa carrera discográfica con la solemnidad de «Luto», el stoner andalusí «El amor es un perro del infierno». Escalofriantes esos momentos en que Poti recita sobre los guitarrazos de su compañero, que ya dio las primeras muestras de virtuosismo endiablado en los laberínticos pliegues de «Patio Custodio». Momentos en los que casi nos parece una broma que cuando aparece una banda como Baroness el mundo parece haber visto la luz que nos ciega ante lo que hay mucho más cerca.

Esta última gira era después de todo tanto despedida como presentación de «Coñac Oxigenado» su disco menos complaciente con temas de hard psicodélico más insondables y de larga duración. Por ello aunque no cayeran muchas, «Ni perdón ni olvido» o «Tagarnina Blues» acapararon minutaje con esas atmósferas oscuras y siempre jugando con esa imaginería suya tan mística. Ni que decir que sonaron tan a clásicos como cualquiera, especialmente la primera que despertó el fervor tanto o más que el exceso eléctrico de «Dios Astrónomo», su inconfundible y agónico «Roto Blues» o el asalto punk-rock de «Zé». Así es, el trío triunfó tanto con temas de 10 minutos como de apenas 3, ya fueran instrumentales, cantados o recitados.

Tal vez entre esta sucesión de momentos álgidos destacara «Cabezas de Tungsteno», aunque sólo fuera porque al buen hacer de la banda se sumó el cantante de Arenna para hacer segunda voz megáfono en mano y los posteriores gritos alternados. En momentos como estos uno se fijaba en la camiseta de Soundgarden que portaba el cantante y bajista de la banda y no podía escapar a los paralelismos del sonido tan personal con el que cuentan ambas bandas. Uno que casualmente hace que en mi cabeza se encuentren entre dos de las formaciones que más color y extraño magnetismo han sabido sacar de un género a menudo apoltronado en la repetición de esquemas como es el rock duro. Una sensación de estar viendo a una banda con una química que sobrepasa la mera yuxtaposición de instrumentos que tuvimos en directo.

Hasta que llegó el momento que la banda paró, era hora de coger fuerzas -y la Flying V- para unos bises programados que arrancaron con más de ese rock metálico con esencia andaluza que es «Oculi omnium in te sperant domine». Aquí la banda ya salía a echar el resto y no había más que ver a su ya descamisado guitarrista gesticular y dar bandazos. Y en cuanto al público, cuando en una de tus canciones los norteños se ponen a acompañar con aflamencadas palmas sin que siquiera se lo pidas, sabes que estás triunfando y a lo grande. Era el preludio a ese incansable y demencial solo de batería que deriva en texturas de jazz, tal vez imprescindible para que fuéramos conscientes de su fundamental labor, a menudo eclipsada por la de un guitarrista que también es para erigirle un monumento.

El final del concierto fue el momento en que el fan de la banda pudo despedirse a gusto. Primero balanceándose al lento compás de los riffs y entonando la letra de «Solo» y finalmente con esa especie de single que nunca existió como tal. Imposible no estremecerse al escuchar arrancar esos ritmos y escuchar chirriar y gorjear esa guitarra. «Los Ángeles que hay en mi Piel», la misa negra con la que gritamos y nos sacudimos todo lo a gusto que pudimos, pensando que al menos de momento, será la última. Y no será porque no teníamos ganas de abusar de la entrega de la banda y pedir más, pero con la generosa duración pasadas dos horas era ya una exigencia inútil.

 

Contenido relacionado

13 de abril de 2013