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Joan Baez – Bilbao (17/03/2015)

8.0
Palacio Euskalduna, Completo
Precio: 38 / 61
Géneros: ,

Hay ocasiones en que la leyenda pesa más que nada. Éste era el caso para acercarnos a ver a toda una Joan Baez, exponente femenina de esa generación de voces que querían cambiar las cosas en los 60 con el poder de la música. Irónico esto de terminar su carrera actuando en grandes auditorios para, en parte, gente bien vestida y mejor posicionada en una sociedad que hace aguas por todos los lados. No es de extrañar pues, que al poco de comenzar el concierto, el llamamiento de Baez a la unión de los proletarios fuera acogido con aplausos más bien tibios.


FRÁGIL VIAJE EN EL TIEMPO

Pero no vamos a culpar a Baez de las contradicciones a las que casi todo músico comprometido se enfrenta una vez llegado el éxito y centrémonos en la música. La noche empezaba mal con una Baez confesándonos que andaba mal de la voz y que había decidido seguir adelante con el concierto. Incluso en ese momento, sólo hablando, ya parecía que su afección de garganta no era poca cosa. Esto otorgó a todo el concierto un clima de tensión, de miedo a que las cuerdas no pudieran más o que forzara más de la cuenta con terrible resultado. Lo que quedaría en anécdota en una sala cualquiera, en un auditorio como el Palacio Euskalduna se antojaba apocalíptico.

Así, frágil, comenzó un repertorio de versiones de clásicos desde un primer momento. Steve Earle y Phil Ochs fueron los primeros en salir a la palestra y con la tradicional «Lily of the West» ya pudimos comprobar que su garganta estaba lejos de lo que en su juventud ofrecía. En parte suponemos por la propia edad, en parte por la contención a la que se veía obligada. Al menos, Joan Baez contaba con una banda ridículamente competente que enseguida saldría a socorrerla. Esta se componía de una corista joven que le ponía un acertado contrapunto, un batería (el hijo de la susodicha) dado a las virguerías y el que sería el segundo protagonista de la noche, un guitarrista (bajista, ukelelista, mandolinista…), pianista, cantante y hasta bailarín.

Sumando y restando estos elementos según la interpretación lo requiriese, pero a menudo dando una sensación más espontanea de lo que un espectáculo tan medido esconde, la cosa se empezó a poner algo más seria vía Bob Dylan, comenzando a tocar temas reconocibles al público español como «La Llorona» o el que fue, sin sorpresas, el momento del recital «Txoria Txori» de Mikel Laboa. Seguramente le hubiera salido mejor retrasar este tema en el setlist para Bilbao, pero puso un cenit emocional que tampoco vino mal de cara a enganchar. Seguramente el concierto no vivió otra ovación igual, casi ni al final.

A partir de aquí se sucederían temas de folk anglófilo, a destacar su emocionante «Diamonds & Rust», que fue testimonio en su día de que Baez podía escribir canciones, con concesiones a otras culturas. Contrarrestó el origen judío de «Donna Donna» con la arabista «Jari ya Hammouda», momento en el que vimos soltarse al batería, sin duda curtido en este tipo de percusiones más orgánicas. No es que el público estuviera familiarizado con la mayor parte del repertorio de la artista, pero poco importaba ya que ella se empeñaba en contar de qué iba casi cada canción, incluso recitando sus potentes letras, a veces hasta traducidas. Siguió una escalada puramente americanista: el punto redneck de «Give me Cornbread when I’m hungry» de John Fahey, populista, excesivo y hasta con desconcertante seudobatucada se contrapuso a una discreta «Long Black Veil» via Johnny Cash. Todo ello desembocaría en la icónica y esperada «Gracias a la Vida».

 

ABIERTA A LA IMPROVISACIÓN

Con los bises llegaba otro momento peliagudo. ¿Recortarían la duración para que la voz de Joan Baez no se resintiera más? Esas cosas cuando quedan fechas por delante, se hacen. El concierto más largo del mundo no fue, pero no hubo rastro de quererse ir antes de tiempo. El retorno fue con el hermanamiento vía una «No Nos Moveran» que con la policía echando a gente de las plazas no nos queda claro si es anacrónica o más actual que nunca. A continuación llegó el detalle más mágico de la noche. El público, consciente de que el tiempo se agotaba, ya había comenzado a gritar canciones para que las tocara. Pues bien, con la banda al completo preparada para tocar la siguiente, alguien gritó: –«El Preso Número Nueve»– y la Baez, ni corta ni perezosa dijo que si la gente le ayudaba para que no se le cascara la voz, la tocaría. Dicho y hecho y la banda se retiró en el acto. Un detalle de quitarse el sombrero.

Con una «Imagine» de John Lennon que sobró por manida y porque no estamos para hippismos naif sino para lucha y una mucho más potente «Here’s To You» hicieron otro amago de cierre largamente aplaudido. Y fue Bob Dylan de nuevo y su «Blowin’ in the Wind» el encargado de cerrar la magna velada.

Viendo a Joan Baez sentimos realmente que asistimos a una clase de historia y también a una extraña comunión intergeneracional. Su voz pudo ser mejor, pero mayor potencia no significa necesariamente mayor capacidad de emoción. Eso sí, desconozco el poder revolucionario que pueda tener la música de Joan Baez en su público hoy en día, pero estaría bien que todos los que estuvieron en el Euskalduna, sin duda entre ellos varios políticos y empresarios de primera línea, fueran consecuentes con la idealista visión del mundo que la cantautora nos mostró.

 

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17 de marzo de 2015